Expulsión de los judíos de España (año de 1492)
1889. Óleo sobre lienzo, 313 x 281 cmSala 075
Pintado en 1889 por Emilio Sala en su estudio de la calle de Rochechouart de París, ciudad a la que había marchado como pensionado tras permanecer varios años en Roma, este singular lienzo fue presentado por el artista a la Exposición Universal celebrada ese año en la capital francesa, donde el género histórico resultaba ya trasnochado, sin que por otra parte la crítica parisina llegase a comprender el significado profundo de su argumento.
El título de la obra alude al momento decisivo en que se produce en el ánimo de los Reyes Católicos la toma de la trascendental decisión, plasmada en el Edicto de Expulsión publicado el 31 de marzo de 1492, por el cual los judíos residentes en España debían abandonar la península en el plazo de tres meses bajo pena de muerte, salvo los bautizados al cristianismo que renunciaran de hecho a su antigua fe. Concretamente, la escena ilustra el momento de máxima tensión, en que el inquisidor interrumpe violentamente la audiencia concedida por los Reyes Católicos al interlocutor judío y arroja el crucifijo sobre la mesa situada en medio de la sala. Con su dedo, acusa desafiante a los monarcas, sentados en su trono bajo un gran dosel con el lema de su reinado TANTO MONTA jalonado por tres yugos con nudo gordiano, tan imposible de separar como de deshacer, como los reinos de España unidos bajo las coronas de Castilla y Aragón. El rey Fernando escucha la arrebatada intervención del dominico con aterrorizado estupor, clavado en las pupilas fijas de sus ojos extremadamente abiertos, mientras la reina permanece impasible, con la mirada baja, como signo de su superior fortaleza de carácter. El judío retrocede ante tan desaforada alocución y los miembros de la corte asistentes a la audiencia se debaten entre la curiosidad, la indiferencia y la sorpresa. Por su parte, el escribiente permanece atento a los acontecimientos y los maceros reales apenas reaccionan ante la gravedad de la escena, acostumbrados quizá a las intervenciones exaltadas del famoso inquisidor.
Esta obra tiene una especial significación en la evolución de la pintura española de historia por cuanto constituye uno de los ejemplos más tardíos del género inspirado en el reinado de los Reyes Católicos. La elección de su asunto es sin embargo radicalmente opuesta a la euforia triunfalista de los años anteriores, testimonio al fin de los cambios ideológicos y políticos de la España de fin de siglo, en los que la conciencia social y crítica llegó también a afectar a las escenas históricas, que se ocuparon de denunciar los acontecimientos más oscuros y controvertidos de las épocas consideradas hasta entonces como las más gloriosas del pasado español. En este caso, tan polémico episodio está interpretado por Sala con la extraordinaria jugosidad de su pincel mediterráneo, lleno de frescura y energía, impregnado además de la riqueza decorativa y elegante de la pintura burguesa parisina. En efecto, el lienzo constituye una espléndida página de la pintura histórica en su epílogo, tanto por las novedades formales que presenta como por la modernidad plástica de su factura, que anticipa ya -aplicado a este género- el naturalismo valenciano de fin de siglo.
Obra maestra de la breve producción histórica de Emilio Sala, causó un gran impacto en su tiempo por la modernidad que suponía, ya casi en los albores de una nueva centuria, su interpretación plástica respecto a la pintura de historia del resto del siglo. Así, aspectos como su formato vertical y su concepción espacial, despejado el primer término de la sala, en el que sitúa al embajador judío de espaldas al espectador como un indefenso reo en su juicio en lugar de como interlocutor de una audiencia regia, la exagerada expresión de Torquemada, abalanzándose sobre el sitial real y atreviéndose a dar la espalda a los reyes, en un desafío consciente de la debida etiqueta protocolaria para demostrar su superioridad sobre la conciencia y autoridad de los monarcas, y la situación extremadamente frontal de los Reyes Católicos, enmarcados en la rigidez geométrica del dosel a modo de meras efigies emblemáticas insensibles ante la palpable injusticia, flanqueados por los grupos de caballeros y damas de su Corte -de una afectación muy francesa en sus expresiones-, constituyen rasgos de una atractiva novedad estética y conceptual, fruto en buena medida de la formación parisina del artista, a los que no habían osado hasta entonces el resto de los pintores españoles de historia.
Diez, J.L; Barón, J., El siglo XIX en el Prado, Madrid, Museo Nacional del Prado, 2007, p.275, lám. 54