Gabriel de Borbón y Sajonia, infante de España
1767. Óleo sobre lienzo, 82 x 69 cm. Sala 039Hijo de Carlos III (1716-1788) y María Amalia de Sajonia (1724-1760), nació en Portici, en el reino de Nápoles, el 11 de mayo de 1752, siendo su padre soberano de aquel país. Fue gran prior del hospital de San Juan de Jerusalén (Malta) en Castilla y León desde el 2 de septiembre de 1765; contrajo matrimonio por poderes en Lisboa con la infanta de Portugal, Mariana Victoria de Braganza, el 12 de abril de 1785; falleció prematuramente en El Escorial el 23 de noviembre de 1788. Fue un príncipe humanista y mecenas, con grandes conocimientos de latín -tradujo a Salustio-, música, dibujo y pintura; coleccionó obras artísticas, se interesó por diversas técnicas, e incluso por los globos aerostáticos (Martínez Cuesta, 2003). Retratado de más de medio cuerpo, viste casaca gris con abundantes bordados en oro; el cuello, la pequeña corbata de encaje y el puño de la camisa, de similar trabajo, son blancos; lleva peluca corta empolvada, mantiene el tricornio debajo del brazo izquierdo y ciñe una espada, cuya empuñadura se advierte bajo aquél. El rostro, presentado de tres cuartos, muestra carnaciones rosadas y grandes ojos azules. Ostenta distintas bandas e insignias alusivas a cuatro órdenes -Toisón de Oro, Saint-Esprit, San Genaro y Malta- evocando las dignidades que poseía. En el lado derecho del lienzo se observa una solemne columna clásica de la que se aprecian parte del fuste, en tonos ocres, basa, moldura y pedestal, ambos blancos. La figura, correctamente iluminada, se destaca con fuerza volumétrica sobre un fondo neutro grisáceo y aparenta sobresalir de un ambiente penumbroso. Todavía en la exposición de 1929 se creía que era el retrato de Carlos IV joven, cuando era aún príncipe de Asturias. Se identificó después de un atento estudio gracias a la cruz de Malta, puesto que era el único hijo de Carlos III perteneciente a la prestigiosa orden. El dibujo preciso, y hasta predominante, es de admirable firmeza y está puesto al servicio de un claro deseo de perfección que, a su vez, otorga a la figura una serena seguridad, sobria y vital, todo lo cual preludia el triunfo de las tendencias neoclásicas de las cuales Mengs fue representante de primera hora. El retrato, soberbiamente ejecutado, combina a la perfección la técnica irreprochable de Mengs (1728-1779), sin duda algo fría y aporcelanada pero impecablemente detallista, con cierto grado de análisis de la personalidad. Muestra a un muchacho en torno a los catorce o dieciséis años, consciente de su dignidad pero con un gesto natural y carente de hieratismo, no obstante la postura convencional escogida por el artista en aras de alcanzar el decoro, la elegancia y el distanciamiento propios de un infante de España descendiente de numerosos monarcas europeos, aunque él mismo no estuviese destinado a reinar. Existen varias réplicas y copias de este cuadro: Florencia, Galleria degli Uffizi; Madrid, colección de la condesa de Belmonte de Tajo; Nápoles, Museo Nacional de Capodimonte; y Nápoles, Museo Nacional de la Cartuja de San Martino. También Sánchez Cantón citó un retrato sin terminar en la antigua colección Muguiro (Madrid, 1929, núm. 23) (Texto extractado de Luna, J. J. en: El retrato español en el Prado. Del Greco a Goya, Museo Nacional del Prado, 2006, p. 148).