La reina doña Juana la Loca, recluida en Tordesillas con su hija, la infanta doña Catalina
1907. Óleo sobre lienzo, 169 x 292 cm. Depósito en otra instituciónRéplica a gran tamaño del espléndido cuadro de gabinete pintado por Pradilla un año antes y conservado igualmente en el Prado (P7493). Realizada esta ampliación por encargo de Luis de Ocharán, según testimonia la inscripción al dorso, el lienzo es testimonio una vez más del interés de este pintor durante toda su vida por la atormentada figura de doña Juana de Castilla, así como de su método de trabajo, habitual sobre todo en sus últimos años, de repetir sus composiciones más afortunadas en distintos formatos, para satisfacer así distintos encargos y a diferentes tipos de clientela.
En esta ocasión, Pradilla elige como argumento de su composición histórica el pasaje de la reclusión de la soberana en el Castillo de Tordesillas (Valladolid), donde quiso encerrarse de por vida junto al cadáver de su esposo. Así, la reina aparece en el interior de una sobria estancia, sentada junto a un ventanal por el que puede verse el austero paisaje de llanura ante el que se yergue esta ciudad vallisoletana. Extasiado su pensamiento por el recuerdo de su amado esposo muerto, abandona la lectura de un libro apoyado en el alféizar y dirige su mirada perdida hacia el espectador, sin advertir los requerimientos de su hija, la pequeña infanta Catalina, que se arroja en su regazo para llamarle la atención sobre sus juegos. Sentadas junto a la chimenea de la sala, contemplan y custodian a la enajenada reina una dama de su corte, ricamente vestida y con un rosario entre las manos, y una criada, de indumentaria más modesta, que hila lana en una rústica rueca. A la derecha, una rica verja separa la estancia de una capilla, pintada al fresco en su testero con la figura del Pantocrator, y en su cornisa con las efigies de varios santos. En el extremo opuesto, una puerta entreabierta en el muro del fondo permite contemplar el féretro que contiene los restos mortales de Felipe el Hermoso, de cuya compañía doña Juana no quiso separarse un instante.
Además de toda la intensidad romántica y melodramática a que la locura de esta soberana -y en concreto este episodio de su vida- se prestan, Pradilla incorpora aún en la presente composición nuevos elementos sentimentales que refuerzan su carga emocional a través de los lazos afectivos de los distintos personajes que acompañan a la reina, como la paciencia resignada y comprensiva de las mujeres de su séquito personal y la ingenua inocencia de la infanta niña, atenta tan sólo a sus juegos y ajena por completo al patético ambiente que la rodea. Pero, al igual que ocurre en la mayoría de las escenas históricas realizadas por este maestro al final de su vida, Pradilla -aún sin descuidar por un momento la gravedad trascendente del argumento- saca el máximo provecho a sus recursos decorativos, insistiendo en la acumulación de accesorios y elementos anecdóticos, primorosamente descritos con la técnica jugosa y diestra del ya viejo pintor, que llaman poderosamente la atención del espectador, tan al gusto de la clientela que formulaba este tipo de encargos al maestro.
El virtuosismo preciosista y el perfecto acabado técnico del lienzo pequeño (P7493) del que éste es ampliación, descartan absolutamente la condición de aquél como boceto preparatorio, siendo por el contrario la primera versión definitiva y modelo de ésta, con la que guarda no obstante algunas diferencias que demuestran el inquieto espíritu creativo del artista, incapaz de autocopiarse mecánicamente en estas obras de repetición. Así, el diseño de la jaula es más lujoso, introduciéndose en la zona de la ventana mayor cantidad de elementos, como el rosario y las tijeras, y variando otros en su diseño y posición. Cambian asimismo de disposición y aspecto el jarrón, el tintero y los libros, sustituidos los tres pequeños de la primera pintura por uno grande en la presente versión. El número de cacharros de juguete disminuye y también cambian de lugar, añadiéndose el taburete junto a la camarera sentada, inexistente en el lienzo primero, y variando asimismo el diseño más suntuoso de la reja de la capilla. Por otra parte, las mujeres que acompañan y vigilan a la reina adquieren una expresión más atenta y seria, mientras que doña Juana dirige descaradamente su inquietante y enajenada mirada al espectador, aumentando así la intensidad expresiva de sus ojos, que en la primera versión quedaban ligerísimamente desviados.
Aunque en la ejecución de este ejemplar está presente toda la sabiduría técnica de la mano maestra de Pradilla a sus cincuenta y nueve años, su tratamiento es mucho más suelto y libre que en el primer lienzo definitivo, consiguiendo una mayor jugosidad plástica adecuada a su tamaño, en detrimento de la minuciosidad de la primera versión.
Museo del Prado, Últimas adquisiciones: 1982-1995, Madrid, Museo del Prado, 1995, p.109-112