La vereda
1871. Óleo sobre lienzo, 93,7 x 60,4 cmNo expuesto
Haes fue el impulsor de la transformación del género paisajístico, introduciendo una visión completamente novedosa de interpretar la Naturaleza con un realismo sensible a cualquier elemento. Logró reunir en su estudio madrileño gran cantidad de pequeños apuntes tomados a lo largo de sus viajes por la geografía europea. En todos sus paisajes Haes capta con gran exactitud el aspecto físico de cada uno de los elementos representados. En algunos de ellos las pinceladas briosas y empastadas pretenden reproducir el carácter agreste de la piedra, mientras que para las nieblas utiliza pintura más diluida. Haes construye, así, los paisajes con la propia materia pictórica: los ambientes fríos y húmedos son captados mediante capas de pintura muy sutiles que envuelven y ocultan las montañas. Esta técnica de pinceladas sutiles y transparentes es también utilizada con otra tonalidad más oscura para marcar la polución de las ciudades.
Estos apuntes instantáneos tomados directamente del natural representan un pedregoso camino de montaña por el que transitan un campesino con su cayado y una mujer con su hijo en brazos, se levanta la vetusta figura de un viejo pino cuyo tronco retorcido y su ramaje cierra la composición por el lado izquierdo. A la derecha, los enebros dejan ver parte de sus raíces sobre los peñascos que flanquean la vereda. Ligeramente insinuado, en contraposición a la presencia imponente del pino, se vislumbra un pequeño bosque de castaños y robles que se recorta sobre la montaña que en verano, la neblina de la alta montaña va empañando la estructura de la montaña en la que se vislumbra el recorrido de un arroyuelo que serpenteante desciende por la sinuosa topografía de su superficie. Es más que probable que de nuevo el paraje plasmado esté dentro de los límites de los Picos de Europa. La estructura geológica de la alta montaña, la vegetación plasmada de monte bajo, el atuendo que porta el personaje masculino del camino -cubierto con el clásico "tapabocas" o manta que servía, en el norte, para embozarse en los rigores del invierno- y la datación precisa de él, nos sitúan este paisaje dentro del primer viaje que Haes realiza a Asturias del que ya conocemos obra fechada y localizada. Una visión pormenorizada de los distintos elementos que conforman la obra, confirma la maestría técnica desplegada en todo su perímetro, en el que se advierte la frescura y la espontaneidad de una plasmación directa en la que la energía de ciertas pinceladas empastadas. Por ejemplo, la zona del camino, del cielo, etc. contrasta con la sutil y ligera capa pictórica que se advierte en zonas adyacentes, como por ejemplo el tronco retorcido del pino cuya corteza viene subrayada por una capa transparente de pigmentos como el bruno de garanza, matizado con toques ligeros y sutiles de pardos, carmines y sienas, subrayados por la propia entonación de la preparación semi cubierta del lienzo, que también es aprovechada como recurso expresivo y sobre todo lumínico. Del mismo modo, la sutileza de la película pictórica con que envuelve y semi oculta las cimas de la montaña, y el velo transparente con que cubre, en la lejanía, toda la mole grisácea y azulada de la misma, sugieren de manera magistral el ambiente húmedo y fresco de la atmósfera y climatología de la zona (Texto extractado de: Gutiérrez Márquez, A.; Carlos de Haes en el Museo del Prado 1826-1898, Madrid: Museo Nacional del Prado, 2002, p. 108).