Miguel de Cervantes, imaginando El Quijote
1858. Óleo sobre lienzo, 171 x 210 cm. No expuestoEste cuadro, que obtuvo una tercera medalla en la Exposición Nacional de 1858, representa al célebre escritor en el momento de concebir la historia de Don Quijote de la Mancha, durante su prisión del año 1602 en Argamasilla de Alba, tras acudir a exigir, sin éxito, el pago de una deuda (Pellicer, Vida de Cervantes). Sobre este hecho, -apoyado más en la tradición que en la documentación-, muchos estudiosos cervantinos están de acuerdo en que sucedió en tierras manchegas, pero no lo están en lo que al motivo de su encarcelamiento se refiere, estableciendo, además del que indica Pellicer, la posibilidad de que esta prisión fuera consecuencia del encargo de elaborar pólvora en la fábrica de salitres de Argamasilla, para lo que Cervantes recurrió a la utilización de las aguas del Guadiana, en perjuicio de los vecinos que las aprovechaban para el riego de sus campos, y no falta quien cree que este atropello se produjo por haber dicho el escritor alguna picardía a alguna dama de la que sus parientes quisieran vengarse. En cuanto a lo de que escribió el Quijote en prisión, ni el propio Cervantes al aseverar que su libro "fue engendrado en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento" prueba contundentemente la veracidad del hecho, ya que bien pudiera aludir metafóricamente a un estado anímico, de soledad y privación, más proclive al desarrollo de la imaginación.
Así, en el cuadro puede verse a Cervantes en actitud pensativa, sentado en un poyo de piedra y recostado sobre el muro de la prisión, fantaseando con sus inmortales personajes como si de una ensoñación se tratara. En un paralelismo del que no es ajena la afirmación del propio espíritu idealista y aventurero del escritor, imagina -con semejante gesto abstraído y cercano a un autorretrato- la figura de Don Quijote con todos los elementos de su iconografía característica, quien desde la altura atiende las explicaciones de Sancho junto a su jumento. Con un punto de luz hábilmente enfocado al rostro del literato -dejando en penumbra las imágenes de su ensueño-, el artista pretende sugerir el espíritu desbordante de imaginación de Cervantes, efecto de indudable originalidad, aunque en buena parte frenada por las discretas dotes del pintor.
El mundo literario en la pintura del siglo XIX del Museo del Prado, Madrid, Centro Nacional de Exposiciones y Promoción Artística, 1994, p.126