Paisaje infernal
Hacia 1565. Óleo sobre tabla, 49 x 64 cm. Sala 056AEn este Paisaje infernal su autor tiene como referente bosquiano el Jardín de las delicias (P2823), pero no lo copia. Sólo incluye uno de los motivos de la tabla central, los dos hombres de espaldas con la cabeza y el torso dentro de un fruto y con un enorme búho encima del extremo izquierdo de la tabla -la misma posición, aunque aquí más abajo-, que ya no sostienen las frutas en su mano -evocadoras de un paraíso efímero-, y su actitud se vuelve amenazadora en el infierno. Aunque se ignora la causa por la que el pintor seleccionó este motivo, no parece que fuera por el búho, de mayor tamaño que los que Herri Bles utilizaba como firma. El hombre-árbol demoníaco del Infierno del Jardín de las delicias se sustituye aquí por un animal monstruoso. Con una mirada atenta se puede identificar en el enorme promontorio rocoso en el centro de la composición un pájaro gigante, con la cabeza al fondo, de frente, vuelta hacia el espectador, destacando en ella un ojo oscuro y el pico. Tiene el cuerpo de espaldas, formando una gruta oscura entre sus patas, en la que una pequeña llama deja entrever una figura demoníaca. Con esta imagen el autor se suma a la tradición medieval que asocia la entrada del infierno con el monstruo bíblico, el Leviathan. Y no es la única deuda que contrae con el medievo. En el ángulo inferior izquierdo, hay dos figuras, casi inapreciables, Tondal y el ángel que le guía, que convierten esta obra en una visión Tondalis, en la que el alma desnuda del caballero Tondal contempla los tormentos a que son sometidos los condenados al infierno.
Gracias a la dendrocronología efectuada en el soporte de roble del Báltico de esta obra, consta que se hizo a partir de 1561. Lamentablemente, aún no se ha identificado a su autor, pero todo apunta a que fue otro distinto de Huys, al que se atribuyó en el pasado, o de Jan Mandyn que, como él, denuncian en sus obras el gusto por las diablerías bosquianas que existió en Flandes durante el siglo XVI y, en particular, en su segunda mitad. Prueba de ello son las copias, imitaciones, pastiches y aún falsificaciones con la firma de El Bosco que se hicieron entonces -sobre todo si trataban del infierno o incluían demonios como las Tentaciones de San Antonio-, en las que sus autores, igual que El Bosco, se dejaron llevar por la imaginación y dieron rienda suelta a su fantasía, aunque carecieran de su fuerza y su capacidad creativa. Los que demandaban estas obras y quienes las contemplaban podían llegar a sentir placer con el horror, deleitarse con esos monstruos, y valorar la inventiva del pintor, sin tener en cuenta el mensaje moral o espiritual que pudieran trasmitir (Texto extractado de Silva Maroto, P. en: Fables du paysage flamand: Bosch, Bles, Brueghel, Bril, 2012, pp. 190-191).