Un barco naufragado
1883. Óleo sobre lienzo, 59 x 101 cm. No expuestoUna barcaza desvencijada, encallada entre la arena y las rocas de una extensa playa, surge en la bajamar como una visión espectral. A su alrededor, revolotean varias aves, que parecen charranes comunes, mientras que dos minúsculas figuritas de pescadores trajinan con sus arreos de pesca en torno a una pequeña lancha que se vislumbra en la lejanía. Por la izquierda, un estrecho brazo de costa, en el que sobresale la silueta de un faro, marca la línea del horizonte que continúa en mar abierto sobre la que destaca el oleaje batiente de unas olas que van llegando a la orilla. En el cielo, espesas nubes entre las que se clarea el azul firmamento en un diestro tratamiento ambiental.
La escasa representación de motivos aislados cuyo origen no proviene de la propia naturaleza, confieren a este cuadro una singularidad especial dentro de la producción artística de Haes.
Directamente en las playas de esta última localidad es donde Haes plasma el motivo que recoge el estudio Restos de un naufragio (San Juan de Luz) (P4376) que a su vez estaría precedido por el dibujo Restos de una barca en San Juan de Luz (D5260) en los que la figura exenta de la barcaza destrozada centra y protagoniza la composición. La existencia de estos bocetos aislados confirma el método empleado por Haes en los cuadros definitivos, realizados ya en la soledad del taller, valiéndose de estos apuntes para componer una escenografía en la que, a pesar de la contenida enmarcación del motivo principal, es palpable la ambientación preparada en un entorno de paisaje convencional en el que los propios elementos figurativos están totalmente desproporcionados e, incluso, el mismo recurso de la cresta de la ola, aprovechado de formas ya conocidas de sus cuadros de rompientes.
Si por un lado este método hace perder algo de frescura a la obra, por otro la realización cómoda y reposada gana en maestría técnica, palpable sobre todo en el tratamiento pictórico y lumínico de la obra, que le permite a Haes recrearse en efectos tan conseguidos como por ejemplo los reflejos de luz sobre la superficie húmeda de las rocas o el movimiento casi imperceptible del agua que cubre y descubre los escollos del primer plano. Recalcan Beruete y Morera en sus escritos que el propio Haes era consciente del valor artístico, por su espontaneidad, por su inmediatez, de los pequeños estudios frente a esa especie de fatalidad consentida en el empleo de recursos ya experimentados para los cuadros de gran formato: “...Son contados los cuadros que hizo pintados directamente del natural, a excepción de las citadas tablas de tamaño pequeño, que como cuadros pueden considerarse. También al pintar aquellos procuraba hacerlos de primeras; pero en esta obra de segunda mano nunca consiguió, y él fue el primero en reconocerlo, la frescura y espontaneidad de sus estudios: de ahí la mayor estimación que de éstos hacía...”.
El mismo recurso para los fondos, copiando el mismo motivo de la rompiente de la ola utilizado por Haes, es empleado por Jaime Morera en su Mar Cantábrico del Museo del Prado. Así mismo, el pintor Francisco Gimeno, según recoge Carbonell en su monografía sobre el pintor catalán, realizó probablemente durante su estancia en Madrid en 1885, una copia, si bien introdujo notables variantes sobre todo en la zona del celaje, consiguiendo modificar la atmósfera serena que pinta Haes en pro de un ambiente tormentoso y turbulento.
En varias ocasiones ha sido identificado erróneamente con el boceto preparatorio de diferente composición, medidas y soporte y que sí formó parte de la donación y de la exposición de 1899. Este mismo motivo de la embarcación destrozada, en un entorno más o menos imaginado es el plasmado por Haes en Restos de un naufragio, del Ayuntamiento de Málaga, si bien sitúa el tema en medio de un batiente oleaje, bajo un cielo de tormenta (Texto extractado de: Gutiérrez Márquez, A.; Carlos de Haes en el Museo del Prado 1826-1898, Madrid: Museo Nacional del Prado, 2002, p. 224).