Una gitana
1872. Óleo sobre lienzo, 66 x 50 cm. Sala 062Sobre un fondo cerúleo, de ejecución rápida y desenvuelta, destaca la figura de una gitana de medio cuerpo. Como corresponde al estereotipo racial femenino, es de rostro ovalado, labios carnosos, cabello negro ensortijado y grandes ojos negros. Cubre su talle un mantón rojo, floreado, y una mantilla negra que deja caer sobre sus brazos. Como aderezo, unos claveles en su pelo, zarcillos colgantes y un collar de corales que componen la tipología concreta del ajuar femenino gitano. Su mirada introspectiva y su actitud ensimismada y serena confieren a la obra cierta solidez que queda acentuada por la estabilidad y la firmeza que proporcionan, a modo de base escultórica, los brazos cruzados que soportan con empaque la figura, que queda totalmente alejada de los estereotipos acuñados en la literatura decimonónica. Madrazo opta, en este caso, por una figura a caballo entre el tipo y el retrato, más cercana, en el fondo, a este último, aunque el título subraye el carácter impersonal de una pintura de género. Técnicamente es de resaltar su extraordinaria calidad, marcada por la sobriedad de la paleta, en la que destaran los bermellones nítidos que van intercalándose en toda la figura, contrapuestos a los blancos y negros que se destacan sobre las pinceladas evidentes del fondo de la composición, ofreciendo delicados matices en el rostro de la gitana que de alguna manera contrastan con zonas no tan modeladas como la parte ensombrecida del cuello, un tanto descompensada en volumen v tratamiento pictórico. Toda esta producción de temas de gitanos y rincones sevillanos encontró rápidamente salida en el mercado parisino gestionado por sus marchantes Stewart, Goupil o el propio Goyena, a través de cuyas manos es probable que esta gitana fuera a parar a la colección de Ramón de Errazu, quien por esta época ejercía de intermediario entre París y Madrid en los asuntos económicos de la familia Madrazo. Toda esta producción, además de la que después, en el verano, realizó Raimundo en Granada, la expuso su padre en su estudio madrileño. Al éxito de crítica de estas pinturas en Madrid siguió la satisfacción doble de vender todo en París, intensificándose además la relación epistolar entre padre e hijo para satisfacer mutuos encargos y favores. Así, Raimundo debió solicitar a su padre barniz de almáciga para la conclusión de estos cuadros que echaba en falla en la capital hispalense y, por su parte, también Raimundo se encargó de cumplir en Sevilla con los compromisos que puntualmente le fue requiriendo su padre. Con motivo de la Exposición Universal de París de 1878, y siendo, junto con Martín Rico, organizador de la sección española, presentó esta gitana con el título Une Andalouse, junto a otros cuadros. (Texto extractado de Gutierrez Marques A., El Legado Ramón de Errazu. Museo Nacional del Prado, 2005, pp. 156-159).