Visita del cura y el barbero a don Quijote
1880. Óleo sobre tabla, 53 x 64,5 cm. No expuestoComo aclara la inscripción autógrafa que el cuadro conserva al dorso, la escena representa un paisaje del primer capítulo de la 2a parte del Quijote, en que el Ingenioso Hidalgo, postrado en cama por su febril locura, convaleciente tras su segunda salida, recibe la visita del cura y el barbero, quienes habían permanecido “casi un mes sin verle, por no renovarle y traerle a la memoria las cosas pasadas ”[…] Visitáronle, en fin, y halláronle sentado en la cama, tan seco y amojamado, que no parecía sino hecho de carne de momia”. A fin de comprobar si la mejoría del hidalgo era verdadera y completa, el cura le anunció que las tropas turcas se aproximaban a las costas españolas. “Cuerpo de tal -dijo a esta sazón Don Quijote-, ¿hay más sino mandar Su Majestad por público pregón que se junten en la Corte para un día señalado todos los caballeros andantes que vagan por España, que aunque no viniese sino media docena, tal podría venir entre ellos que solo bastase a destruir toda la potestad del Turco? Pero Dios mirará por su pueblo, y deparará alguno que, si no tan bravo como los pasados andantes caballeros, a lo menos no les será tan interior en el ánimo; y Dios me entiende, y no digo más. -¡Ay! -dijo a este punto la Sobrina- , que me maten si no quiere mi señor volver a ser caballero andante”, momento que recoge el cuadro de Jadraque. Así, en el interior de una estancia cuidadosamente ambientada por el artista a la más pura usanza castellana, Don Quijote se incorpora exaltado de su lecho para dirigirse a sus visitantes con elocuente gesto declamatorio. Sentados a su lado, le escuchan con simulada atención el cura y el barbero, que intentan calmar tan desatinada oratoria, bajo la paciente y sufrida vigilancia de la sobrina del caballero y su ama, que cose a la luz del ventanal. Esta tabla contiene todos los elementos del estilo más personal de Miguel Jadraque. En efecto, en ella queda claramente de manifiesto el gusto del artista por la precisión del dibujo, minuciosamente descriptivo en cada uno de los elementos que integran la composición, reproducidos con un virtuosismo de verdadero miniaturista y un marcado verismo arqueológico en los objetos accesorios del que el pintor vallisoletano hizo gala a lo largo de toda su carrera. Así, las piezas de mobiliario, la jarra de cerámica y el vaso colocados sobre la mesa del primer término, la rueca sobre la alacena del fondo o las piezas de la armadura del enajenado don Alonso Quijano, colgadas en la pared sobre una estantería con libros, dan testimonio del refinamiento técnico de este pintor, aunque siempre tamizado por un colorido sobrio, sin estridencias. Junto a ello, la caracterización de los personajes, probablemente tomados del natural, y la ambientación luminosa de la estancia, a través del gran ventanal lateral de cuarterones, consiguen dar un especial encanto a esta obra, de composición sobria y contenida.
Pero quizá, uno de los más curiosos atractivos de esta pequeña pintura, -aunque discretamente disimulado-, radica en el cuadro colocado sobre el crucifijo de cabecera del lecho, y que no es sino el retrato del propio Miguel Jadraque que le hiciera en 1864 su amigo Lorenzo Casanova (1845-1900), conservado en el Museo del Prado (P4270).
Además de esta versión se conserva otra, de factura algo más descuidada, pintada igualmente en tabla, en el Ayuntamiento de Valladolid, con la que presenta mínimas variantes. Probablemente, fuera ésta última la versión que Jadraque presentara a la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1908 con el título Visita del cura y el barbero a D. Quijote, de medidas prácticamente idénticas, enviando años antes a la Internacional de 1892 otro cuadro titulado Don Quijote antes de su primera salida de distinto formato (Texto extractado de: Díez, J. L.; El mundo literario en la pintura del siglo XIX del Museo del Prado, Madrid: Centro Nacional de Exposiciones y Promoción Artística, 1994, pp. 148-149).