Antonio López Aguado
1828. Mármol, 51 x 36 cmSala 101
Antonio López Aguado y García Agüero, discípulo de Villanueva, fue uno de los más notables arquitectos neoclásicos. Formado en la Real Academia de San Fernando - institución de la que llegaría a ser Director en 1814 -, no solo trabajó con Villanueva, sino que fue Arquitecto Mayor de la Villa desde 1801 y Maestro Mayor desde 1814. Ostentó también los cargos de Arquitecto Mayor de los Reales Sitios y Casas de Campo, y Arquitecto Mayor de Palacio, tareas en las que se sucedieron diversos avatares en su nombramiento y emonumentos. Jugó un papel esencial en la historia del Museo del Prado. A López Aguado se debe, en 1826, “La descripción del Real Museo”, que complementaba la que Villanueva había realizado 20 años antes, y “su texto fue la descripción oficial del Real Museo de Pinturas y Escultura que conoció el siglo XIX”, publicado, incluso, en el Semanario Pintoresco Español. Es de destacar que no se conocen retratos de López Aguado, por lo que iconográficamente es, además, una muy importante aportación a las colecciones del Museo.
La trayectoria del escultor Valeriano Salvatierra marca uno de los ejemplos de formación romana y evolución dentro del arte neoclásico, y representa una de las carreras artísticas más vinculadas al Real Museo de Pinturas, institución a la que dedicó una parte importante de su vida. Desde 1819 fue Escultor de Cámara Honorario, y en 1826 recibió el nombramiento de “Restaurador de la Galería de Escultura” en donde no solo restauró varias esculturas clásicas, sino que intervino en la ejecución tanto de las estatuas alegóricas para las hornacinas como de los medallones de la fachada principal del Museo. Desde 1830 ejerció como Segundo Escultor de Cámara, convirtiéndose a la muerte de Ramón Barba en 1831, en Primer escultor de Cámara. Colaboró además en la formación de la colección del Infante Sebastián Gabriel de Borbón, y realizó el cenotafio de la Condesa de Chinchón en Boadilla del Monte. Una de sus producciones menos conocidas hoy son los retratos, aunque se sabe que hizo un buen número de ellos, a través de encargos directos y privados, y que en ocasiones realizó solo en escayola. Destacan entre los conservados el de Isidoro Maiquez en el Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, y en particular en mármol, el cenotafio del arzobispo Luis de Borbón en la Catedral de Toledo, una de las obras más importantes en este género, y un testimonio importante de excelente factura y calidad técnica. En todos los estudios sobre el escultor se valora su capacidad de hacer retratos que capten la psicología dentro de la serenidad neoclásica, y sus virtudes para lograr un gran parecido con los retratados, y el retrato de López Aguado es un claro ejemplo del estudio psicológico del personaje. Están documentados a través de estampas, retratos que realizó, por ejemplo, a Maria Francisca de Asís de Braganza, o a Wenceslao de Argumosa.
La relación entre el arquitecto y el escultor fue muy estrecha. Ya en 1819 Salvatierra había trabajado en la escultura del Cenotafio erigido en la Iglesia del Colegio Imperial de la Compañía de Jesús para las exequias dispuestas por el Ayuntamiento de Madrid en memoria de María Josefa Amalia de Sajonia. El arquitecto de este cenotafio fue Antonio López Aguado. Salvatierra también trabajó con López Aguado en proyectos como La Puerta de Toledo. Esta obra, después de numerosas vicisitudes, fue inaugurada en el año 1827, y quizá el retrato responda a un encargo, o a una muestra de agradecimiento del escultor al año siguiente. En 1829, Salvatierra y López Aguado colaboraron de nuevo, y el escultor realizó la figura de Himeneo para el Monumento levantado en el “Salón del Prado”, imitando mármol, con motivo del casamiento de Fernando VII con María Cristina de Borbón, según el diseño de López Aguado.