Cervantes y sus modelos
1887. Óleo sobre lienzo, 235 x 395 cm. Depósito en otra instituciónEste es, probablemente, uno de los lienzos más ambiciosos de concepción y tamaño entre los realizados por Angel Lizcano a lo largo de su producción, dedicada fundamentalmente a las pequeñas escenitas de época y de género con las que este pintor hubo de ganarse el sustento toda su vida, que transcurrió sin ver reconocido debidamente su mérito en los ambientes artísticos de su tiempo. Tan monumental cuadro fue sin embargo premiado con una segunda medalla en la Exposición Nacional de 1887, residiendo tal éxito en la feliz idea del artista de reunir imaginariamente ante la vista del ilustre escritor a los personajes de las principales novelas surgidas de la inspiración cervantina y encarnados en tumultuosa convocatoria ante su autor como testimonio de su fructífera ensoñación y gesto de rendido homenaje de agradecimiento a su pluma. Así, en el amplio patio de la toledana Posada de la Sangre, Miguel de Cervantes aparece sentado tras una amplia mesa cubierta con un rico mantel, escribiendo con gesto adusto y melancólico. Frente a él se presentan un variopinto grupo de personajes y diversos objetos de la posada que -atendiendo al título del cuadro- habrían servido al "Manco de Lepanto" como inspiración para los protagonistas de sus principales obras, destacando claramente entre ellos la figura descuidada y maltrecha de don Quijote, envuelto en una manta raída, y su criado Sancho. También al Quijote aluden los libros de caballería esparcidos por el suelo, identificándose entre ellos el Amadís de Gaula, caído en primer término entre los odres de vino, tenidos por la enfebrecida imaginación del hidalgo como temerario gigante. Al fondo se vislumbra, entre el tumultuoso alboroto de una riña, una pira humeante en la que se queman varios libros de caballería, siendo contemplado tan estruendoso espectáculo por una multitud asomada a la galería alta de la posada. En primer término, junto a la mesa del escritor, pueden verse sobre una silla sus ropas de caballero, sombrero, capa y espada y unos grilletes, alusivos con toda probabilidad a su cautiverio de cinco años en Argelia.
Este cuadro es una de las más originales alegorías del Quijote realizadas por los pintores españoles del pasado siglo ya que, a diferencia de todas las demás, sitúa los elementos protagonistas de la inmortal novela en un espacio temporal previo al de la propia creación literaria; es decir, como seres y objetos vistos en la realidad por Cervantes en su vida cotidiana y transformados después por su imaginación en protagonistas de su novela, hilados por la tinta de su pluma en distintos episodios de las aventuras del Ingenioso Hidalgo. Quizá por esa razón, Lizcano insiste en subrayar, con lo mejor de su maestría pictórica, el realismo de los distintos elementos que integran la composición, degustándose pacientemente en la descripción absolutamente fiel y minuciosa del patio de la posada toledana, tanto en su arquitectura como en la sobriedad rústica de sus muros, así como en los pellejos de vino, los libros y pergaminos o las piedras del primer término, que contribuyen a dar un aspecto desordenado a la escena y sirven a Lizcano para demostrar su habilidad en la reproducción casi táctil de sus distintas superficies. Pero, lógicamente, es el grupo de personajes el que centra la atención principal del artista y testimonian la especialidad de Lizcano en la captación de tipos populares, que describe en este caso con una especial intención realista, insistiendo en los rasgos más pintorescos de su humilde condición, evidente sobre todo en el harapiento y descuidado personaje envuelto en la manta y que, según propone Lizcano, habría servido justamente a Cervantes como modelo para su Caballero de la Triste Figura.
Pero, si en una primera lectura del lienzo, la atención principal está acaparada por este grupo, todo el cuadro está realizado con el más exquisito lenguaje pictórico del artista, tanto en la pulcritud de su riguroso dibujo como en la utilización de una gama cromática reducida pero de muy ricos matices, aspectos ambos conjugados por un especial gusto en el uso del claroscuro, aspecto que evidencia la profunda vocación de Lizcano como ilustrador. Así, en los segundos términos de la composición se descubren fragmentos de factura igualmente excelente y semejantes valores pictóricos, como el grupo de personajes del fondo que se apresura a salir alborotadamente por el portalón, los personajes que se asoman al corredor del primer piso o los mismos muros enjalbegados del patio, entre cuyo enlucido asoma un friso de azulejería árabe.
Obviamente, una composición de tan gran empeño hubo de suponer a Lizcano una preparación especial, conociéndose en efecto un boceto preparatorio del cuadro en el que, a pesar de ser extremadamente fiel al lienzo definitivo en todos sus elementos, tiene la significativa diferencia de presentar a Cervantes ya muy viejo, subrayándose así el carácter de rememorada ensoñación de la escena que ve ante sus ojos.
El mundo literario en la pintura del siglo XIX del Museo del Prado, Madrid, Centro Nacional de Exposiciones y Promoción Artística, 1994, p.132