Cristo justificando su Pasión
Hacia 1565. Óleo sobre tabla, 71 x 49 cm. No expuestoEsta obra es un ejemplo de una iconografía excepcional entre la habitual temática dedicada a la Pasión por parte del pintor, o incluso del arte europeo de su tiempo. Aunque son más frecuentes y tradicionales los Ecce Homo solos o acompañados de sayones, de Poncio Pilato y un sayón o de la Virgen y san Juan; los Cristos a la columna; y las Piedades, algunas de sus obras se enfrentaron con temas que no aparecían en los evangelios pero que expresaban todavía mejor algunas de las preocupaciones de sus clientes más letrados. El Varón de Dolores de Minneapolis presenta a Cristo meditando sobre sus propias Pasión y muerte, rodeado de los símbolos, sentado sobre su sepulcro, con la mejilla apoyada sobre la mano izquierda, mientras medita sobre las causas -el pecado del hombre- y fines -la salvación del género humano- de su propio sacrificio. Ante esta alegoría, que no historia sagrada, la actitud religiosa del espectador debía ser la de la consideración, más que la del puro sentimiento emocional y empático.
Aunque se haya identificado esta escena como una variación de la evangélica (Mateo y Lucas) de Cristo entre el buen y el mal ladrón, o entre dos pecadores, arrepentido e impenitente, al carecerse de un episodio de la Pasión que pueda ser ilustrado por este lienzo, podría tratarse, no obstante, de una imagen también alegórica destinada a la meditación, con otro sesgo. En ella se mostraría a Cristo, ya en el Gólgota, pero antes de ser crucificado, señalando a su verdugo o sayón -supuesto traje a la romana, rostro y gesto torvo, el martillo en la mano, tenazas y berbiquí al cinto y los clavos en un cesto- el objeto de su sacrificio: el alma del difunto que, semienvuelto en un sudario ya raído, se arrodilla en actitud orante, a la espera de recibir el supremo regalo de su salvación eterna en el mismo momento de la Crucifixión; la cruz queda a los pies de Cristo, todavía sin herida alguna. Dependería de la tradición de las imágenes de Jesús con las Arma Christi y los preparativos de la Crucifixión, a la que se le ha dado un sesgo inventivo, menos deudor respecto al propio artista que a un cliente leído y exigente.
La línea del horizonte nos sitúa a la altura genuflexa del difunto, quien requiere nuestra compañía y actitud orante, y alza su beatífica mirada a la espera de la salvación de todos los muertos, pasados o futuros, gracias a la misericordia divina. Esta identificación del espectador con el alma está en clara consonancia con los pasajes del Libro de la Oración y Meditación, en el qual se trata de la Consideración de los principales mysterios de nuestra Fe, con otras cosas prouechosas (Salamanca, Andrea de Portonaris) de 1554 de fray Luis de Granada (1504-1588), el dominico que estaba en los años sesenta en Badajoz, tras ser trasladado a su convento entre 1547 y 1550 (Texto extractado de Marías, F. en: El Divino Morales, Museo Nacional del Prado, 2015, p. 188).