Cristo yacente
1625 - 1630. Madera, Pasta vítrea, Asta, Corcho, 46 x 191 cm. Depósito en otra instituciónEl tipo iconográfico del Cristo yacente está tan unido a la producción del escultor Gregorio Fernández que prácticamente no existe un Cristo de este tipo en la mitad septentrional de España, datado en la primera mitad del siglo XVII, que no se le haya atribuido en algún momento. Lo cierto es que se puede considerar de su mano alrededor de una docena, y sabemos que hubo al menos otro que no se ha conservado, hecho para los franciscanos de Arántzazu en Guipúzcoa. Cronológicamente comienzan hacia 1609, con el Cristo yacente encargado por el duque de Lerma para el convento dominico de San Pablo de Valladolid, y llegan hasta el final de la carrera de Fernández. Geográficamente están muy dispersos, de Lugo a Madrid, de Boadilla del Monte a Burgos, de Valladolid al País Vasco (el ejemplar perdido), lo que da prueba de su popularidad y explica la extensa producción de obras de esta clase por otros artistas en las décadas siguientes. El Cristo yacente es una imagen de Cristo muerto, tendido para su entierro pero sacado del grupo tradicional de la Piedad, que suele incluir a la Virgen, la Magdalena y San Juan. Se le ha quitado la corona de espinas y aún no se le ha cubierto con el sudario. La cabeza descansa en uno o dos almohadones, los ojos no están del todo cerrados y la herida del costado aparece muy marcada. El Cristo yacente es objeto de veneración especial en Semana Santa y como representación literal del cuerpo de Cristo se asocia al culto de adoración de la Eucaristía. El ya mencionado Cristo yacente de San Pablo de Valladolid tiene un pequeño receptáculo abierto en la zona de la herida del pecho para colocar en él la hostia consagrada, convirtiendo así la escultura en sagrario. El célebre Santo Cristo yacente de Gaspar Becerra (primera mitad de la década de 1560, Madrid, monasterio de las Descalzas Reales), que es modelo de los de Gregorio Fernández, tiene un receptáculo similar. El Cristo yacente de los capuchinos de El Pardo, que fue un encargo personal del rey Felipe III en 1614 y se entregó al año siguiente, constituyó el centro de devoción del templo, conocido como El Cristo de El Pardo, y gozó de la veneración de la familia real. Los Cristos yacentes de Fernández llaman la atención por combinar un fuerte realismo en la ejecución de los músculos, el cabello, el rostro y las manos, con una extraordinaria elegancia en la colocación, con el cuerpo en leve curva, la cabeza vuelta hacia el espectador, la pierna izquierda elevada para descansar sobre la derecha, y la mano izquierda a veces proyectada marginalmente sobre el abdomen para enriquecer el contorno de la figura. La policromía, ejecutada por pintores profesionales, acrecentaba la fuerza emocional de la representación. Aunque muy pocas de estas figuras están documentadas, parecen seguir una evolución estilística que va desde un delicado manierismo en las primeras hasta un intenso patetismo naturalista en las más tardías. Esta obra ha sido objeto de una reciente restauración que ha permitido recuperar las cualidades originales de la delicada y bien conservada policromía. Parece corresponder a un momento avanzado de la carrera del artista, a juzgar por la suavidad del modelado y los apretados rizos de la barba. La talla de la barba y del cabello demuestra un extraordinario virtuosismo, al igual que el paño de pureza de color azul claro y la sábana en la que descansa el cuerpo. La obra está documentada en la iglesia de San Felipe Neri, antigua Casa Profesa de los jesuitas en Madrid, en el siglo XVIII (Ponz, 1947, p. 467), y es probable que fuera encargada para ese lugar (Texto extractado de Finaldi, G. en: Fábulas de Velázquez. Mitología e Historia Sagrada en el Siglo de Oro, Museo Nacional del Prado, 2007, pp. 320-321).