Desfiladero (Jaraba de Aragón)
Hacia 1872. Óleo sobre lienzo, 39 x 60 cm. Sala 063AEsta obra muestra un paraje de los alrededores de esta población situada al suroeste de la provincia de Zaragoza, al límite con la de Guadalajara, localizándose con precisión en el cañón del río Mesa, en el trayecto de Jaraba a Calmarza. Fue pintado por Carlos de Haes de camino al Monasterio de Piedra, una de sus localizaciones paisajísticas favoritas, que descubriría en el verano de 1856, invitado por su amigo Federico Muntadas, entonces propietario del Monasterio y las tierras de su entorno, y que visitaría en repetidas ocasiones a lo largo de su vida. Carlos de Haes sintió una especial atracción por la característica orografía montañosa del camino de Jaraba, erosionada por el viento y el agua, y los juegos de la luz crepuscular sobre la superficie ocre de sus rocas calcáreas y sus tierras arcillosas.
Si Carlos de Haes logró enorme fama y reconocimiento público con sus grandes paisajes de composición, de los que es ejemplo máximo La canal de Mancorbo en los Picos de Europa, su faceta más íntima y sincera como verdadero renovador de la pintura de paisaje en España la constituyen sus espléndidos estudios al óleo pintados del natural que, junto a gran cantidad de apuntes a lápiz, legaría como testamento artístico a sus discípulos más queridos. Efectivamente, Haes fue conservando en su poder a lo largo de su vida la gran mayoría de los estudios al óleo que pintaba en sus salidas al campo, solo o acompañado de sus discípulos, a los que enseñó la captación directa del paisaje al aire libre, cambiando así la manera de entender este género por las nuevas generaciones de paisajistas españoles que asistieron a sus clases. Son apuntes instantáneos tomados del natural en una sola sesión, seguramente de no más de una o dos horas, realizados sobre telas, cartones o papeles de pequeño tamaño, recortados teniendo en cuenta el formato del maletín de madera que el pintor portaba en sus excursiones y que luego le servía en el campo de caballete portátil, donde los fijaba con tachuelas, cuyas huellas son todavía apreciables hoy en el perímetro de la mayoría de ellos. De vuelta al taller, el propio Haes procedía al montaje de sus estudios más frágiles en soportes de mayor rigidez y consistencia, conservándose así hasta hoy en su práctica totalidad.
En este caso, flanqueado por dos grandes masas montañosas, se abre un desfiladero sobre el que rece la luz de la izquierda, iluminando y ensombreciendo los diversos planos que proporcionan en alternancia las oquedades y la mole maciza de la serranía expuesta al sol. En un juego de volúmenes triangulares va estableciendo una línea de profundidad que deja cerrada por la ladera montañosa que en declive desciende en la lejanía. El empleo de fuertes pinceladas y el colorido vibrante utilizado para resaltar las tierras calcáreas y arcillosas, va marcando la estructura de estos promontorios favorecida por la intensa luz que se acrecienta con los reflejos emitidos por los minerales que componen la geología del macizo (Texto extractado de: Gutiérrez Márquez, A.; Carlos de Haes en el Museo del Prado 1826-1898, Madrid: Museo Nacional del Prado, 2002, p. 78 y Díez, J. L.; El siglo XIX en el Prado, Madrid: Museo Nacional del Prado, 2007, pp. 284-289).