El violinista Ettore Pinelli
1869. Óleo sobre lienzo, 100 x 75 cm. Sala 037Retratado de tres cuartos a sus veintiséis años, posa casi de perfil, volviéndose hacia el frente para dirigir la mirada al espectador. Viste traje negro con corbata y sostiene en las manos el instrumento de su profesión, que coge por el mástil con la mano izquierda mientras parece tañer un pizzicato con la otra, en la que sujeta el arco. Su rotunda figura, de una extraordinaria presencia vital, está fuertemente iluminada desde la izquierda, recortándose ante un fondo neutro que sugiere el espacio de un interior.
El violinista, compositor y director de orquesta Ettore Pinelli había nacido el 18 de octubre de 1843 en Roma, donde comenzó sus estudios musicales con su tío, Tullio Ramacciotti, que luego completaría en Hannover. Destacó desde su juventud como virtuoso del violín, siendo instrumentista preferido del compositor Franz Listz (1811-1886). En 1869, año en que Rosales le pintó este retrato, fundó junto a Giovanni Sgambati una escuela de piano y violín que sería el germen del futuro Liceo Musicale di Santa Cecilia, del que sería catedrático de violín. Fundador y director de la Società Orchestale Romana entre 1874 y 1898, fueron especialmente aclamadas sus interpretaciones como director del Stabat Mater de Gioachino Rossini. De su faceta como compositor destacan una Sinfonía, una Rapsodia italiana para orquesta, y un Cuarteto para cuerda. El retrato es testimonio bien elocuente de la amistad que el músico tuvo con Rosales, quien llegaría a utilizar para uno de sus dibujos el reverso del programa de un concierto ofrecido por el violinista en el Palacio Doria Pamphilj de Roma.
Por lo demás, el presente retrato ha sido considerado unánimemente como una de las grandes obras maestras de Rosales en esta especialidad y ejemplo antológico de la retratística española del siglo XIX. En efecto, realizado con una extraordinaria proximidad hacia su modelo, le despoja de cualquier elemento accesorio que distraiga la atención para concentrarse exclusivamente en la estricta figura del músico, construida con una jugosidad pictórica densa y valiente, y un lenguaje plástico absolutamente libre y sincero con el que define su volumen, rotundo y monumental, a base de grandes planos, entonándolo con una paleta cálida muy escueta, entre ocres y pardos. Por otra parte, Rosales sugiere espléndidamente el espacio interior en que se desenvuelve el violinista, que coloca ante un fondo indefinido, modulado por gradaciones tonales que aplica con pinceladas amplias y restregadas en zigzag, en una concepción compositiva que, junto con el efecto dramático de su iluminación dirigida, remiten a la pintura española del Siglo de Oro (Texto extractado de Díez, J. L.: El Siglo XIX en el Prado, Museo Nacional del Prado, 2007, p. 214).