El zapatero de viejo
1870 - 1875. Óleo sobre lienzo, 63 x 50 cm. No expuestoFrancisco Domingo debió su éxito internacional a las escenas de género en las que consiguió la estela de la pintura de casacones puesta de moda por Meissonier y Fortuny, pero llegó a realizar a lo largo de su carrera más de doscientos retratos. Ya en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1867, la segunda en la que participó, presentó dos retratos, y dentro de su producción temprana se hallan algunos cuadros de tipos (figuras de cuerpo entero y cabezas) que fueron muy celebrados en su tiempo. Es en ellos donde se aprecia con mayor claridad las lecciones que había extraído de su estudio de las obras de Velázquez y Goya. El zapatero viejo es un retrato de un personaje desconocido. El título del cuadro podría hacer pensar en la representación, más o menos pintoresca, de un tipo popular de la España de entonces, el zapatero remendón o de portal. Sin embargo, es obvio que lo que menos interesó a Domingo fue la profesión del anciano, de la que, por otra parte, no hay la menor sugerencia en el retrato. Fue en la caracterización vital y psicológica del personaje en la que Domingo fijó toda la intensidad de su mirada, captando, con una extraordinaria acuidad, la imagen de un hombre próximo a la consunción y que se ofrece inerme ante nuestros ojos. El rostro enflaquecido, con los labios prietos, la barbilla prominente y la mirada desviada, transmite la sensación de cansancio vital; el cuerpo parece encogido, incapaz de rellenar la camisa y la chaqueta. La gama cromática, muy reducida y dominada por los grises y los pardos, la vibración del fondo, la factura suelta de los ropajes, la construcción de la figura valiéndose prácticamente sólo del color, y el intenso modelado del rostro, a base de pequeñas pinceladas, incardinan esta pintura en la mejor tradición de la pintura española (Texto extractado de Álvarez Lopera J., El Retrato español en el Prado: Del Greco a Sorolla, Madrid: Museo Nacional del Prado, 2010, p. 164).