Florero y recipiente de cristal
1663. Óleo sobre lienzo, 77 x 58 cmNo expuesto
El interés por conseguir obras bellas y atractivas indujo a los pintores a incluir en sus pinturas objetos principales y otros subordinados al efecto de éstos, a modo de enriquecimiento complementario, de carácter precioso y sugestivo, con objeto también de expresar su maestría a la vez que diferenciar unos cuadros de otros, para clientes distintos. Esta especie de competencia consigo mismos para complacer a comitentes con exigencias fue extraordinariamente fructífera dando lugar a creaciones de espléndido decorativismo.
Prueba de las habilidades de autores tan reputados como Camprobín es este lienzo, que junto con el P7917 forma pareja, y que define con su serena armonía una de las maneras del autor, para quien realizar obras con tales características se convirtió en uno de sus distintivos más eficaces para descollar por encima de sus coetáneos especializados en el mismo tipo de menesteres. Fue hombre de múltiples recursos y artista especialmente dotado para la formulación de piezas que resultaban reconocibles con facilidad por sus detalles plenos de acierto y exquisitez.
Observando detenidamente cada pintura se tiene la impresión de que cuando el espectador se aproxima ve composiciones bien trabadas por planos superpuestos; en cambio, alejándose, las flores parecen sobresalir, flotar y a su vez separarse también, permitiendo que parezca que existe aire interpuesto entre éstas y las hojas verdes que las respaldan; nada más natural ni más libre, ni mejor conseguido ni mejor estudiado para dar sensación de autenticidad.
El vaso de bronce que contiene el ramo, tiene la peculiaridad cualitativa de resaltar su consistencia metálica dorada, ennoblecida por finas molduras, siendo otro aspecto positivo a tener en cuenta a la hora de valorar la totalidad del cuadro. A ello se añade el pequeño y primoroso recipiente secundario -un jarroncillo de cristal, situado al pie del florero, conteniendo agua y mostrando una flor-.
El florero se alza sobre un fino tablero; está bien iluminado y se recorta sobre un fondo neutro que coopera en la expresividad del agrupamiento floral, caracterizado por conjugaciones de tonalidades parecidas, suaves y levemente contrastadas. Como curiosidad en la composición vuela una casi imperceptible mariposa que aporta una nota de fragilidad muy bien coordinada con el conjunto de motivos presentes (Texto extractado de Luna, J. J.: El bodegón español en el Prado. De Van der Hamen a Goya, Museo Nacional del Prado, 2008, p. 86).