Lavandera de la Scarpa (Estados Pontificios)
1864. Óleo sobre lienzo, 135 x 100 cmNo expuesto
Mariano Fortuny (1838-1874), proyectaría una influencia decisiva en el arte de Joaquín Agrasot, con quien mantendría una estrechísima relación de amistad personal y familiar hasta la muerte del malogrado maestro de Reus. Sin embargo, lejos de suscitar en él una imitación superficial del estilo exquisitamente virtuoso y decorativo de las obras "fortunyanas" destinadas al mercado en la plenitud de su aplastante triunfo internacional, Agrasot vino a mostrar en esta obra una asimilación enteramente personal y especialmente sugerente del estilo romano de la primera madurez de Fortuny, al representar a una joven lavandera de la Scarpa, población cercana a Roma, situada en la ribera derecha del río Teverone, afluente del Tíber, con el atuendo típico de las campesinas romanas, que cuelga la ropa de la empalizada de un corral. Según la tradición, la modelo utilizada para el cuadro fue encontrada por Agrasot en la estación Termini de Roma. En efecto, dejando a un lado cierta retórica académica de su postura, Agrasot, define las formas de la figura a través de un modelado muy rotundo, de dibujo sólido y marcado, que concede una presencia extraordinariamente contundente a la ciociara remarcando su volumen con una enorme precisión en los detalles de su indumentaria y adornos. Pero su factura se transforma en una enorme desenvoltura puramente pictórica a la hora de describir el entorno escenográfico en que se enmarca la modelo, logrando efectos de una riqueza y jugosidad pictóricas de muy especial atractivo, como el grupo de las gallinas, resueltas con enorme brío y audacia técnica.
La pintura fue enviada por Agrasot desde Roma a la Exposición Nacional de 1864, en la que fue premiada con una tercera medalla, fue calificada por Pantorba de "buen trozo (de pintura) aunque duro", siendo en efecto, obra muy representativa de los primeros años romanos del artista, en los que su técnica, de empaste denso, todavía está sujeta a un dibujo preciso que modela las figuras con una marcada corporeidad, sin la desenvoltura de su obra posterior. No obstante, está resuelta con la rica textura pictórica característica de este artista, decididamente inmerso en el realismo renovador propugnado por el círculo de pintores españoles residentes en Roma en estos años. Si bien en este caso Agrasot, que contaba con veintiséis años cuando pinta este lienzo, todavía muestra cierta timidez en su formato, no consiguió más alto galardón en la citada exposición al sospechar el jurado que las gallinas eran obra de Fortuny hasta llegar a suscitar en cierta bibliografía la leyenda de que, en realidad, fueron pintadas por el propio Fortuny (Texto extractado de Díez, J. L., "Eduardo Rosales y la conquista del realismo por los pintores españoles en Roma 1855-1875" en: Del realismo al impresionismo, Fundación Amigos Museo del Prado, 2014, p. 96 y Díez, J. L., Maestros de la pintura valenciana del siglo XIX en el Museo del Prado, Museo Nacional del Prado, 1997, p. 116).