Los niños de la concha
Hacia 1670. Óleo sobre lienzo, 104 x 124 cm. Sala 017La combinación de realidad tangible con un ambiente visionario y espiritual fue una de las razones de la fascinación que ejercieron las obras de Murillo, muchas de ellas sumamente populares, por lo que la iglesia católica utilizó sus imágenes durante los siguientes tres siglos. Bastantes de sus temas no estaban descritos específicamente en la Biblia y algunos, como las escenas de la infancia de Cristo y san Juan Bautista, fueron fruto de su propia inventiva. Murillo presentaba, al igual que en este cuadro, conceptos teológicos complejos en imágenes claramente comprensibles y sinceras que ejercían una atracción inmediata en los sentimientos humanos. El exquisito cromatismo de esta creación, muy rica en tonalidades, al igual que la manera en que está aplicada la materia pictórica, son un paradigma de cómo Murillo adelantó soluciones dieciochescas; por ello su estilo atrajo extraordinariamente a viajeros cultivados, como Joseph Towsend, quien en el relato de su estancia en España afirma que "ningún español le ha igualado por la expresión y la dulzura". Se trata de una de las diversas obras que Murillo realizó sobre la santa infancia, y desde el día en que se exhibió públicamente por primera vez (1819) en el Museo del Prado, ha pasado a ser uno de los cuadros más conocidos del artista y uno de los más populares entre el público español. El ambiente anecdótico, al estilo de la pintura de género, de esta imagen religiosa, se refleja en el nombre por el que es conocida, acuñado por Federico de Madrazo, director del Museo del Prado, en su catálogo de 1872. Aunque estos niños santos gozan de una belleza idealizada, ausente en cualquiera de los niños de las pinturas de género de Murillo, sus gestos y expresiones poseen una gran naturalidad. El cuadro siempre ha sido admirado por su especial encanto, así como por la maestría con la que el pintor logra una culminación de fluidez y sutileza en las figuras, bañadas por una luz límpida y argéntea. Aunque se desconoce quién fue el primer propietario, lo más probable es que fuera pintado para un particular antes que para una institución religiosa, puesto que las imágenes religiosas de Murillo se adaptaban bien a los lujosos interiores de los devotos y acaudalados fieles sevillanos; de hecho, con sus fórmulas el pintor creó un arte apropiado para los espacios domésticos. Las obras religiosas de Murillo fueron coleccionadas por dos de sus principales mecenas, Justino de Neve y Nicolás Omazur, y su popularidad entre los propietarios privados está fuera de duda tras las investigaciones de Kinkead. Mayer señaló una relación entre esta composición y la de una estampa hecha partiendo de un cuadro de Guido Reni (Bartsch, n. 13) tal vez inspirado en Annibale Carracci. Los niños de la concha es el reflejo de una form popular de piedad que favorecía la representación de Cristo y san Juan Bautista en su infancia, poniendo énfasis tanto en su espiritualidad como en su condición humana. En este caso, el tema contradecía la estricta doctrina eclesiástica, pues, como señalara Francisco Pacheco en su Arte de la pintura, Cristo y san Juan Bautista, aun siendo primos, no se conocieron hasta que ambos fueron adultos, cuando este último bautizó a Jesús en el río Jordán. Lo más singular de esta anécdota es que anticipa, en términos infantiles, este hecho que ocurrió en la vida adulta de Cristo. El Niño Jesús sonríe y señala hacia la suave luz que emana de la neblina dorada formada por las nubes con las que parecen fundirse los ángeles. Al fondo la nubosidad tormentosa, oscura y amenazante, semeja predecir el destino de ambos niños. En la cruz de san Juan, una cinta, a modo de filacteria, ondea con la inscripción ECCE AGNUS DEI, proclamando al niño Jesús como "cordero de Dios". Colocando el cordero en primer plano y mirando fijamente a los dos niños, Murillo destaca su dualidad como símbolo de Cristo y como compañero favorito de cualquier niño, llevando así el acontecimiento religioso al mundo doméstico. De esta obra se conocen varias copias de cierto interés en Colonia, Richmond y Viena, entre otros lugares.
De Tiziano a Goya: grandes maestros del Museo del Prado, Madrid, Museo Nacional del Prado: SEACEX, 2007, p.231