La música y el baile de carácter popular, dentro de la fiesta callejera y en las ferias, es la cuarta sección, en la que se pone en evidencia la precisión técnica de Goya en la representación de los pasos de baile y de los instrumentos musicales.
1. Al son de las castañuelas
La representación del baile, que estimula las relaciones amorosas, servía para advertir de la vanidad de los placeres sensuales, como en las danzas campestres de David Teniers el Joven, en las que se apela, además, a una vida decente y doméstica de la mujer. En el siglo XVIII el baile acompaña también los coqueteos de parejas desiguales, como la de una dama casada con un majo en la Romería de Camarón Bonanat. En Baile a orillas del Manzanares, de Goya, una maja galantea con un soldado, esperando sacar un mejor provecho de la vida. Las recónditas implicaciones de este asunto pictórico se resumen mordazmente en el Disparate alegre de Goya, en el que bellas mujeres incitan a hombres viejos en un grotesco baile.
2. El juego del cucharón
Entre juego y baile, La gallina ciega presenta el corro de jugadores, majos y nobles, que despistan con sus giros y escapadas al joven del cucharón que, con los ojos vendados como Cupido, tendrá que identificar a la persona tocada. Goya subraya aquí el engaño y la seducción, así como la mezcla de clases sociales, aunque los majos pueden ser nobles disfrazados con atuendos populares. La enamorada del buscador, escondida tras la dama del sombrero, fue repintada después y aparece en el boceto que se muestra en la segunda sección. Rubens, en la desenfrenada danza amorosa de las parejas de campesinos y dioses, al son de la dulzaina del pastor en el árbol, pudo ser modelo para Goya, así como los amorcillos en torno al dios Pan de Lucas Fayd’herbe.
3. “Del parnaso a las pasiones”
La imagen del músico con un instrumento de cuerda, como Apolo en el monte Parnaso, que inspira a los poetas con su lira, simboliza en el arte, desde la Antigüedad, la armonía perfecta y la belleza. Como la cuerda puede romperse, este motivo tiene también un sentido de vanitas, como en Niño tocando un laúd, cuya mirada hacia lo alto anuncia, sin embargo, la armonía divina en el más allá. El músico, además, identificado con el temperamento sanguíneo, ilustra las caras opuestas del amor. El de Ramón Bayeu refleja con una sentimentalidad lánguida y característica de su tiempo el amor infeliz de una dama al fondo. El de Goya, en cambio, canta con ardor, como deslumbrado por el amor que parece experimentar en todas sus facetas, buscando, en vano, ayuda en lo alto.
4. Romances de ciegos
El ciego cantor tiene una larga trayectoria en el arte, de lo que es ejemplo el lienzo de Georges de La Tour. Su músico tocando la zanfonía se aleja del tradicional mendigo brutal, como el del Lazarillo de Tormes, y adquiere la nobleza austera de los filósofos antiguos, tema de la pintura del siglo XVII. Goya se inclina por una figura sombría, con su revoltoso lazarillo, presente en las ferias de los pueblos y de la corte. Atrae a una variada muchedumbre con sus romances de amores y crímenes que captan la morbosa atención de una joven. Ramón Bayeu se inclina por un personaje de belleza melancólica, como su acompañante, tal vez un militar a quien una herida de guerra ha precipitado a su triste situación.
5. La dulzaina y el tambor
Goya recurre a la música y al redoble del tambor en varios cartones, como Muchachos jugando a soldados, para expresar la alegría popular. En la factura del Ciego de la guitarra el artista describió su instrumento como “vihuela”, propia del siglo XVI. La que aparece en el Baile a orillas del Manzanares es claramente una guitarra, con sus seis órdenes de cuerdas. Las dulzainas de La boda y Los zancos, de madera con refuerzos de metal, tenían un sonido dulce y penetrante que se oía en la algarabía callejera, pero en el Pastor, el instrumento, de extremada largura, podría ser invención de Goya y basarse en las tibias de época clásica para acentuar así el entorno bucólico de las Estaciones, serie a la que pertenecía esta obra.