Bodegón con sandías y manzanas en un paisaje
1771. Óleo sobre lienzo, 63 x 84 cm. Sala 088Las frutas que aparecen en primer término se proyectan con una inigualable fuerza expresiva en toda la dimensión de su atrayente frescura, al tiempo que se destacan con soberbia plasticidad. La obra, compuesta sobriamente, goza de una ejecución que permite observar el virtuosismo del autor: solidez del dibujo, riqueza cromática y realismo perfeccionista en los más mínimos detalles.
La disposición de estos espléndidos productos de huerta es ordenada y clara, sin buscar el decorativismo fácil, sino, por el contrario, inclinándose al protagonismo de lo concreto, realzado por el fino contraste de luces y sombras. Meléndez, amigo de los fondos neutros, introduce en último término un sumario paisaje, lo que presta a la pieza rara originalidad y a la vez evoca los panoramas de las bellas páginas de los libros de coro de la Real Capilla que ilustró empleando similares fórmulas. El hecho de aparecer el asunto al aire libre y la peculiar construcción del conjunto evocan el bodegón napolitano, a cuya estética el pintor se aproxima, quizá influido tanto por su estancia italiana como por el conocimiento de obras de esa escuela en el ambiente madrileño.
Las carnosas y jugosas sandías las trabaja sobre bases rojizas pincelando los blancos, rosados, amarillos y rojos con distintas mezclas y espesores de materia para crear diversos matices en su endocarpio, desde el de la carne más apretada hasta el de la más acuosa de la que se desprenden gotas transparentes de agua que caen hacia el suelo. Es delicadísimo el pasaje comprendido entre las dos manzanas colocadas en primer término, con la caída de las pepitas, las gotas de agua y los pequeñísimos trozos desprendidos de la sandía. En las manzanas su trabajo no es menos minucioso. La observación le lleva a precisar hasta los más mínimos detalles, como las picaduras de la fruta, el reflejo de la luz y su madurez por medio de pequeños toques de bermellón, laca roja y diversas tierras que se van combinando y entremezclando con el tono amarillo de la piel. Al mismo tiempo, revela la situación espacial de cada una mediante el nivel de tratamiento y el acabado de su piel.
Es pareja del lienzo P922, con el que mantiene una identidad de asunto -frutas con fondo de paisaje sin otra referencia espacial que la propia naturaleza- y analogía de dimensiones. El tema de las sandías, cortadas o intactas, se aprecia en algunas obras más de distintas colecciones españolas o extranjeras. Destacan de estas obras la gracia y la novedad de la peculiar estructura, muy distinta de las sólidas realizaciones de la séptima década de la centuria; el juego de líneas contrapuestas y la facilidad de su disposición sugieren un dinamismo infrecuente en la producción de Meléndez, tanto que semejan pertenecer a una motivación estética distinta, más alegre y desenfadada, que se aleja de la sobriedad hispánica tradicional que en las primeras tiende a evocar las creaciones del Siglo de Oro.
De acuerdo con la radiografía realizada sobre esta pintura, se observa como el lienzo ha sido reutilizado y denota una composición subyacente confusa que parece determinada por elementos vegetales de grandes hojas (Texto extractado de Luna, J. J.: El bodegón español en el Prado. De Van der Hamen a Goya, Museo Nacional del Prado, 2008, p. 122).