Vista de Zaragoza
1647. Óleo sobre lienzo, 181 x 331 cmSala 016A
La Vista de Zaragoza es una obra singular en el contexto de la pintura española de su época. Lo es por su tema, pues eran raras las representaciones de ciudades españolas; por su calidad, que la convierte en uno de los mejores paisajes urbanos de la Europa de su tiempo, y por su fortuna historiográfica temprana: antes incluso de que estuviera acabada protagonizó un capítulo entero del libro Obelisco histórico, i honorario, que la imperial ciudad de Zaragoza erigió a la inmortal memoria del sereníssimo Señor, don Balthasar Carlos de Austria, escrito por el cronista de Aragón Juan Francisco Andrés de Uztárroz, un hecho que en nuestra literatura anterior solo tiene paralelos -y muy escasos- con alguna imagen religiosa. A través de ese capítulo sabemos que en abril de 1646, estando el rey y el príncipe en Pamplona, Baltasar Carlos encargó a Mazo que pintara una vista de la capital navarra, de la que -aparte del texto de Uztárroz- no ha quedado más rastro que referencias documentales antiguas y alguna copia. Ya en Zaragoza, en septiembre, quiso que le pintara una vista de esa ciudad, en un lienzo de nueve palmos de alto y más de quatro varas castellanas de ancho (189 x 336 cm aproximadamente). El lugar desde donde se pintó fue una galería del desaparecido convento de San Lázaro, que se encontraba en la orilla izquierda del Ebro y cuyos cimientos todavía pueden verse. Todo ello implica cierta altura sobre el nivel del río. Ese emplazamiento tenía la ventaja de que dominaba la fachada más monumental de la ciudad, y permitía incorporar al lienzo muchos de sus edificios principales. Por Andrés de Uztárroz sabemos que, a la muerte del príncipe, el rey decidió que Mazo continuara con la realización del cuadro, una tarea que acabó ya en Madrid en 1647, como aclara la citada inscripción latina que aparece en el extremo derecho de la obra, y que había sido redactada por el propio cronista, según demuestra una carta de agradecimiento del pintor fechada el 13 de agosto de 1648.
Durante la realización del nuevo estudio técnico y el proceso de limpieza y restauración, bajo los barnices y repintes afloraron tres motivos que, dispuestos horizontalmente en la parte superior del lienzo, representaban, de izquierda a derecha, el escudo del reino de Aragón, la imagen de la Virgen del Pilar y el escudo de la ciudad de Zaragoza. Los escudos aparecen en el interior de una corona de laurel. La Virgen adopta la fórmula habitual durante el siglo XVII, con uno de sus mantos cubriendo gran parte de su cuerpo y dejando ver el extremo inferior de la columna. El primero en publicar la existencia de estos elementos fue Pedro Beroqui en sus Adiciones y correcciones al Catálogo del Museo del Prado de 1914. El texto de Beroqui dice que al forrar este cuadro en tiempo de don Juan de Ribera, se hizo desaparecer una Virgen del Pilar que sostenida por ángeles aparecía en el cielo. Don Federico de Madrazo quiso que se descubriese, pero se encontró que estaba casi borrada y se cubrió de nuevo. Entendemos que con en tiempo de Juan de Ribera Beroqui se refiere a los poco más de tres años que Juan Antonio Ribera ocupó el cargo de director del Real Museo de Pintura y Escultura (del 26 de mayo de 1857 al 15 de junio de 1860). No debe sorprendernos, en todo caso, la incorporación de los dos motivos heráldicos y la referencia religiosa, pues estaban íntimamente asociados a las representaciones topográficas. Baste recordar, por ejemplo, la aparición mariana sobre el cielo en la Vista y plano de Toledo del Greco (Toledo, Museo del Greco). El propio Mazo, en su Vista de Pamplona, había representado un gran escudo sostenido en el cielo por dos ángeles, centrando la parte superior de la composición, sobre la famosa ciudadela de la ciudad navarra, terminada de construir justamente en 1645. El caso es que los escudos originales de la Vista de Zaragoza fueron suprimidos de la composición mediante lo que parece un lijado de la superficie pictórica y un posterior repinte de cielo. No se sabe con certeza en qué momento tuvo lugar esta eliminación, pero es seguro que formaron parte del cuadro final, y que no fueron simples esbozos inmediatamente descartados. Así lo sugieren los elementos ocultos que todavía se conservan bajo el cielo, cuya precisión descriptiva indica que llegaron a estar completamente acabados. Mazo trabajó mucho en su elaboración. Se puede ver incluso la huella del compás que utilizó para hacer el trazado de la corona y del círculo de ángeles que rodeaban la cabeza de la Virgen. Las llevó a término antes de decidir ocultarlas muy posiblemente él mismo, de forma que, para que no se notara el relieve de las pinceladas, se tuvo que enrasar la superficie en torno al manto con una capa de albayalde, trazas de azul esmalte y bermellón, con presencia de granos gruesos de yeso. Aunque no se conocen las razones que llevaron a realizar esa ocultación, es posible sugerir que fuera por razones compositivas y descriptivas, ya que con la incorporación de los escudos y la Virgen del Pilar, la fachada urbana quedaba francamente empequeñecida, pues aquellos pasaban a ser los elementos representados a mayor escala.
Portús Pérez, J.; García Márquez, J.; Álvarez-Garcillán, Mª, La Vista de Zaragoza, de Juan Bautista Martínez del Mazo. Notas al hilo de su restauración. Boletín del Museo del Prado, Museo del Prado, 2015, p.60-77 f.1,2,4-7