Orillas del Manzanares. Otoño
1910. Óleo sobre lienzo, 66,5 x 95 cm. No expuestoAunque en la obra de Beruete son más frecuentes los paisajes amplios y abiertos, también pintó a veces otros más recogidos, como este recodo del río Manzanares, a las afueras de Madrid. No se trata, en rigor, de un paisaje de sotobosque, pues tiene alguna amplitud de términos, pero resalta en él la inmediatez con que aparece el agua del río en el primer término, en torno al ribazo en el que se levanta el árbol.
En esta etapa del final de su vida el artista pintó según una técnica distinta a la que había cultivado, recurriendo a muy gruesos empastes, de color puro, que dan una intensa vibración luminosa al paisaje. Éste refleja los tonos dorados de las copas de los árboles en otoño, que forman una densa franja de vegetación. Aureliano de Beruete reservaba esta época del año para sus campañas pictóricas más intensas, tras el viaje que solía hacer por Europa durante la temporada estival.
La obra se relaciona estrechamente con otro Paisaje del Manzanares que está fechado el mismo año en Madrid. La vigorosa pincelada, que se hace apretada y muy densa en el segundo término, deja ver una grafía ondulada en el primero, muy apropiada para representar el curso de agua, rizado por el viento, recurso utilizado ese mismo año cuando pintó el Júcar en la campaña que realizó en Cuenca.
El río, en cuya orilla se ve una pequeña noria que subiría el agua para el servicio de la construcción de la derecha, aparece intensamente coloreado en violetas, naranjas, verdes y malvas. La buena calidad de los pigmentos que utilizaba el artista evitó los cuarteamientos y los ennegrecimientos, sobre todo, de los empastes, muy acusados los blancos, dados mediante la espátula. La intensidad de la visión de Beruete llega a su culminación en este paisaje, en el que los distintos términos funden estrechamente sus contornos sin que puedan averiguarse apenas los perfiles y límites de los objetos representados. La brillantez del colorido, la seguridad del toque y la habilidad para sugerir las distintas superficies, particularmente el agua y las masas de árboles, hacen de esta obra una de las de mayor interés entre las que pintó en los últimos meses de su vida (Texto extractado de Barón, J. en: El siglo XIX en el Prado, Museo Nacional del Prado, 2007, pp. 382-383).