San Juan Bautista, niño
Principio del siglo XVIII. Óleo sobre lienzo, 71 x 58 cm. Depósito en otra instituciónLas representaciones de San Juan Bautista como niño tienen su origen en el Renacimiento italiano, pero los pintores de ese momento emparejaron generalmente su figura infantil con la del Niño Jesús, dentro de composiciones en las que casi siempre aparecía también la Virgen y se ponía de relieve una tierna relación entre los dos infantes. Andando el tiempo, los artistas comenzaron a dar un tratamiento aislado a la figura de San Juan, siendo de destacar las interpretaciones que de ella hizo Murillo.
Es muy comprensible que la reina Isabel de Farnesio, cuya predilección por la pintura de Murillo es bien conocida y gracias a la cual el Museo del Prado posee en sus fondos uno de los ejemplos más conocidos de este tema, se sintiera atraída por la versión que realizó Palomino de la figura del pequeño San Juan, pues se conjugan en ella la dulzura infantil del personaje y la brillantez de la técnica y el color.
Aparece San Juanito sentado sobre unas piedras, abrazando al cordero con ambas manos y sosteniendo a la vez la cruz de caña con la banderola, en la que se lee parte de la frase ecce qui tollit peccata mundi; su mirada se dirige al cielo, donde se adivina una visión celestial. El pintor ha situado la figura en una elevación del terreno y ha cerrado la composición por la derecha mediante unas rocas con arbustos, que sugieren la entrada de una cueva, como queriendo aludir a la vida eremítica que más tarde llevó el Precursor; por la izquierda, y en un plano más bajo, se desarrolla un pequeño paisaje por el que discurre un río, probablemente prefiguración del Jordán. Haciendo alarde de su dominio de la perspectiva, Palomino presenta las piernas del niño en dos fuertes escorzos, la izquierda hacia el espectador y la derecha hacia atrás, con lo que acentúa la profundidad del paisaje y crea una perfecta sensación de volumen de la figura.
El colorido brillante de esta pintura, con el fuerte contraste entre el añil del cielo y el rojo del manto que envuelve la túnica parda; la técnica esmaltada con que están tratadas las carnaciones, al lado de una pincelada empastada en los vellones de lana del cordero y un tratamiento más suelto de los elementos del paisaje, hacen de ella un bello ejemplo del quehacer de este artista, en una etapa de plena madurez que habría que situar ya en los comienzos del siglo XVIII.
Pérez Sánchez publicó otras dos versiones de este mismo tema de la mano de Palomino, y aún conocemos una tercera, inédita, en una colección privada de Buenos Aires, en la cual se nos presenta a San Juan bajo un aspecto más infantil y juguetón (Texto extractado de Galindo: Pintores del reinado de Carlos II, Museo del Prado, 1996, p. 90).