Una hilandera
1700 - 1730. Óleo sobre lienzo, 74 x 59,5 cm. No expuestoCipper, del que se conocen obras fechadas entre 1700 y 1736, gustó de representar en diversas ocasiones mujeres en actitud similar a la que ofrece la joven de este pintura. La oscuridad que rodea al pintor quizás no deba contribuir a localizar en su obra otro tipo de argumentos que la pura traducción de lo que él veía a su alrededor y deseaba reflejar en sus pinturas. Sin embargo, no deja de llamar la atención su reiterativo interés por presentar a muchos de sus modelos en actitud de desarrollar un determinado trabajo. Aunque caracteriza perfectamente a sus personajes, todos están imbuidos de un aire de anonimato que les convierte en arquetipos con los que pretende seguramente dignificar sus humildes oficios. Podría aventurarse hasta una cierta crítica social al haberse casi negado a representar otro tipo de géneros, colocándose al lado de los desfavorecidos de la fortuna. Curiosamente, este pintor, cuyo apodo revela su origen austriaco, alcanzó un gran éxito entre sus contemporáneos, a juzgar por la abundante producción conocida, justificada por ser el único que en Bérgamo y Milán que se especializó en el menor de los géneros menores. No obstante, careció del favor de la crítica y los reconocimientos literarios le ignoraron. En su obra prosiguió la tradición caravaggiesca, aunque desdramatizándola de contenido, buscando representar la realidad dura e inmediata de las clases menesterosas enfrentadas al trabajo con desenfado y sarcasmo. De ahí que la risa abierta, la sana alegría o el guiño de complicidad sean, en multitud de ocasiones, el gesto habitual que sirve para distender la enrarecida atmósfera que rodea sus historias. Pero si se ignora todo sobre su formación, hecha sin duda con profunda admiración por el danés Eberhard Keéilhau, al menos sabemos cómo modeló su singular carácter artístico y resolvió técnicamente, una y otra vez, su peculiar modo de hacer. Manejando una limitad variedad de tonos, Cerutti, conocido como el pitochetto por la temática de mendigos que igualmente pintó con frecuencia, supo extraer de su apagado colorido el mejor respaldo para insistir en la marginada situación social de sus personajes o en los ambientes de evidente rusticidad. El lenguaje de las manos lo utilizó también para cargar de expresividad los rasgos físicos de sus modelos, muchos de los cuales ofrecen una lozanía y espontaneidad franca e inmediata. Sus cabezas, encajadas forzadamente, obtienen todo el protagonismo, tanto en pinturas de una sola figura como en otras de apretadas reuniones, y se enfrenta con descaro al espectador.
Con respecto a la búsqueda de un significado subyacente en esta pintura concreta, por la atención que pone en su trabajo, se ha querido ver la alegoría de la vista, pero también la misma acción de hilar resulta equivalente a la creación y mantenimiento de la vida. Los husos, lo mismo que las ruecas y lanzadera, simbolizan el tiempo y la perduración de la existencia, poseyendo asimismo un sentido sexual. Se podría reconocer en esa joven que hila un símbolo de la laboriosidad y del trabajo. Pero identificar en esta muchacha, de mirada atrevida y sonrisa franca, a una de las Parcas que con su quehacer hilan la trama de la vida y pueden cortarla, sería llevar demasiado lejos su verdadero sentido.
Museo del Prado, Últimas adquisiciones: 1982-1995, Madrid, Museo del Prado, 1995, p.70-71