Besugo
Hacia 1800. Óleo sobre tabla, 51 x 38 cmNo expuesto
Cuando los historiadores y críticos de arte se refieren a Bartolomé Montalvo, a menudo pasan por alto su interés específico, considerando que depende estrechamente de la imitación de las fórmulas de Luis Meléndez, lo que siendo cierto, no debe opacar su nombre ni los resultados de sus ejecutoria; precisamente, es de justicia valorar que sus obras lograron perpetuar, hasta bien avanzado el siglo XIX, los modos y maneras, intereses combinados y caracteres distintivos del espíritu del bodegón tradicional español, tal y como se estimó desde los tiempos de Sánchez Cotán y Van der Hamen hasta fines del neoclasicismo, que en el mundo de la naturaleza muerta carece de una conclusión clara y tajante, por causa de sus propias características.
Curiosamente, en esta obra, Montalvo semeja intentar la sumisión de un asunto del siglo XVIII, claramente condicionado por los temas de Luis Meléndez -son célebres los cuadros que protagonizan los magníficos besugos en los lienzos de éste- a los singulares efectismos del bodegón del XVII, tal y como demostraron las creaciones de Sánchez Cotán, Felipe Ramírez o Van der Hamen, entre otros. No obstante, a diferencia de Meléndez, el fondo que se aprecia no es uniforme sino que semeja ser una especie de marco de madera, incluso pétreo, visible en el lateral izquierdo y todo el superior, del que pende de un cordel el excepcional pescado. Tal método de colgar y recortar al pez sobre el fondo oscuro y la referencia al vano lleva al crítico y al espectador a evocar la iniciación de la tradición bodegonista del Siglo de Oro, tal y como componía y precisaban los dos primeros maestros indicados líneas atrás.
Además, es necesario destacar el gusto descriptivo de Montalvo que se complace en resaltar las calidades del pescado merced a un tratamiento muy minucioso de su superficie, valorando los brillos que el cuerpo escamoso permite y demostrando al tiempo la amplitud y los resultados que el dominio de su oficio permite reflejar, todo ello basado, a su vez, en unas excepcionales dotes de observación.
La luz ilumina directamente la pieza y destaca al protagonista vigorosamente, combinando la idea de simplicidad formal con el ejercicio de una tarea para la que estaba particularmente preparado por años de consagración a las grandes creaciones del género (Texto extractado de Luna, J. J.: El bodegón español en el Prado. De Van der Hamen a Goya. Museo Nacional del Prado, 2008, p. 142).