Cesta de flores
Hacia 1670. Óleo sobre lienzo, 84,9 x 105,1 cm. Sala 018A lo largo de su carrera, Juan de Arellano pintó cuadros de formato horizontal representando cestos de mimbre calados con flores. Durante la última década de su producción realizó varias de estas obras a gran escala que constituyen el apogeo de sus bodegones de flores. El cesto es un motivo representado también en otros cuadros de flores de la época, como El mes de mayo de Antonio Ponce (colección particular), que podría deberse a un prototipo de Juan van der Hamen. En este cuadro, las flores del cesto aparecen más sueltas e indisciplinadas que las de los ramos dispuestos en un jarrón, en que se distribuyen más formalmente. De hecho, la iconografia del cesto de flores puede ser distinta de la de otras formas de presentación, ya que hay que imaginar que éstas acaban de ser cortadas en un jardín, como ocurría en el cuadro de Tomás Hiepes Muchacha haciendo ramilletes en un jardín (colección particular). Tanto en las obras de Arellano como en las de Ponce, la palpitante y ondulante vitalidad de las flores, lograda gracias a recursos como sacar algunas de ellas de la cesta, da idea de su desenvoltura compositiva. Las mariposas, los insectos y las lagartijas que se ven atraídos por los arreglos florales de los cuadros de Arellano llaman igualmente la atención sobre la renovadora exuberancia vernal de las distintas especies florales.
A pesar del aspecto natural de las flores de este tipo de cuadros, su arreglo se ajusta a las composiciones habituales de Arellano en cuanto a la disposición de las mismas y a su armonía cromática. Si acaso, Arellano ha aumentado la ilusión de tridimensionalidad en los ramos de estas últimas obras. Ha articulado cuidadosamente la perspectiva de las flores, que se convierte en profundidad pictórica en los extremos de la composición, y ha reforzado la ilusión de volumen contraponiendo de manera teatral las flores intensamente iluminadas de la parte izquierda del cesto contra el fondo oscuro, y marcando la silueta de las flores de la derecha del cesto contra un fondo luminoso. En realidad, el estilo de Arellano sufrió pocos cambios durante los últimos veinte años de su carrera. Sin embargo, estas flores son el producto de muchos años de experiencia en este campo y han sido modeladas con una pincelada fluida y llena de frescura. A esta pincelada de Arellano, segura y rítmica, se debe que las flores, hojas y tallos estén dotados de esa sensación de vida palpitante y dinámica que ha sido siempre una de las cualidades más llamativas de su arte. Aunque los insectos que aparecen en la obra puedan recordar al espectador los bodegones de flores flamencos que Arellano emulaba en su juventud, en este caso están representados de una manera muy general y no tienen nada del detalle microscópico que hizo tan famosos a los especialistas del norte de Europa. Los floreros de Arellano rezuman, más bien, el esplendor decorativo que constituye una de las cualidades más duraderas del artista. La mayoría de sus obras conocidas de este tipo son de formato casi idéntico y es probable que su tamaño las hiciera muy adecuadas para decorar, situadas sobre puertas y ventanas, los grandes salones de las mansiones nobles de Madrid (Texto extractado de Cherry, P.: Flores españolas del Siglo de Oro. La pintura de flores en la España del siglo XVII, Museo Nacional del Prado, 2002, pp. 136-137).