Concepción Serrano, después condesa de Santovenia
1871. Óleo sobre lienzo, 163 x 106 cmEn exposición temporal
Aunque Eduardo Rosales no fue, ante todo, retratista, esta obra muestra la valentía y modernidad con que supo interpretar la lección de Velázquez y de Goya en este género. Se trataba de un encargo importante, dado que la retratada era la primogénita y predilecta entre los cinco hijos que tuvo el general Francisco Serrano y Domínguez, duque de la Torre (1810-1885). Serrano era el personaje de máxima relevancia política en aquel momento en España, pues ocupaba la presidencia del Gobierno tras haber sido regente del reino con tratamiento de alteza entre el 15 de julio de 1869 y el 2 de enero de 1871, fecha en la que Amadeo de Saboya ocupó el trono.
La muchacha tendría unos once años cuando la pintó Rosales, en actitud de equilibrada gracia, vestida de raso de intenso color rosa con encajes y dolman de terciopelo negro forrado de piel de marta y calzada con botines. Tiene interés, como se ha notado, la interpretación de una muchacha en el tránsito de niña a mujer, que el pintor plasmó con gran desenvoltura y energía. Su gallarda apostura, que tiene un precedente en el retrato de La señorita Josefa de Olea, realizado un año antes, hace pensar en los retratos femeninos de Goya. También la pose recuerda a este pintor, pues es muy similar a la de Fernando VII ante un campamento, cuadro que se había llevado poco antes, en mayo de 1869, desde la Escuela de Ingenieros de Caminos hasta el Museo de la Trinidad.
La figura aparece junto a unas florecillas, que indican la primavera, la estación de la infancia. El recurso de la composición de la figura con un árbol, que aparece a la izquierda cubierto de hojas, como símbolo de vigor y pujanza, y que emplearía también Rosales en su retrato de Eduardo de Carondelet, duque de Bailén y marqués de Portugalete, recuerda al que aparece en los retratos en traje de cazador que hizo Velázquez para la Torre de la Parada, allí símbolo del poder. Con todo, fue un motivo bastante frecuente en los retratos al aire libre del Romanticismo. En el sintético fondo el pintor anticipa, por su carácter suelto y su calidad, los paisajes que pintó el artista en Murcia en su última época. Los tonos rosados sobre el horizonte, que aparecen también más suavizados en la parte superior del cielo, sirven de eco a los del vestido. La obra, que tuvo inmediata difusión por su presencia en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1871, donde se presentó como Retrato de la señorita C. S., causó sorpresa y originó agrias críticas de escritores de prestigio como Francisco María Tubino y Manuel Cañete, debido a su ejecución abreviada y a su brillante y atrevido colorido, ajeno a los tonos más sobrios que dominaban entonces en el retrato en España.
Aunque la obra se consideró entonces como una equivocación, supuso una completa renovación del tipo de retrato al aire libre que habían cultivado con frecuencia los pintores de su generación y de la anterior, y le dio un brío y una monumentalidad que le vinculan con la gran tradición española. Además, Rosales captó las calidades de las telas y las variaciones de tono a que dan lugar los reflejos con una pincelada amplia, suelta y certera, de clara influencia velazqueña (Texto extractado de Barón, J.: El Siglo XIX en el Prado, Museo Nacional del Prado, 2007, pp. 224-226).