Aunque una proporción muy alta de los cuadros que se han realizado en España durante la Edad Moderna pertenecen a la llamada “pintura de historia” (escenas religiosas o mitológicas, principalmente), cualquier visión antológica de la misma incluye un número elevado de retratos, que fue un género “menor” en lo que se refiere a su cantidad y a su aprecio teórico, pero que alcanzó una extraordinaria importancia en la historia de la pintura española. Una de las razones fundamentales es que siendo escasos los pintores que se especializaron en retratos, varios de ellos se cuentan entre los mejores artistas españoles. Es el caso de Velázquez y Goya, o, ya en época contemporánea, Picasso. Además, en el catálogo de otros artistas de su nivel, como El Greco, figuran varias obras importantes de este tipo, y la nómina de especialistas incluye pintores que, sin llegar a la genialidad de estos, alcanzaron unas destacables cotas de excelencia, como Alonso Sánchez Coello, Juan Carreño o Claudio Coello.
La relación cierta entre retrato y calidad que se aprecia en la pintura española de las edades Moderna y Contemporánea tiene que ver de manera directa con los usos y funciones asociados a este tipo de piezas y con la naturaleza de su clientela. El retrato fue un género “urbano”, vinculado mayoritariamente con los círculos de poder, y especialmente con la monarquía y las clases aristocráticas, que eran precisamente los estamentos que supieron atraerse a los principales artistas de cada momento, y utilizarlos en la difusión de su propia imagen. La existencia de una institución como la monarquía, que reclamaba continuamente este tipo de obras, fue un factor decisivo para la creación de una “tradición” retratística en España, a la que contribuyeron tanto artistas extranjeros como españoles. Además, una vez desaparecida la figura del “pintor de corte”, algunos de los artistas más importantes siguieron volviendo los ojos hacia esa tradición, y se inspiraron en ella, como fue el caso de Rosales, Sorolla, Zuloaga o Picasso.
Pero a pesar de la importancia que ha alcanzado el retrato en nuestra pintura, y de que abundan los estudios sobre los grandes artistas que se dedicaron al tema, esta es la primera vez que se va a tratar de mostrar desde una perspectiva amplia y de una manera ambiciosa la historia del género a lo largo de las edades Moderna y Contemporánea. Su organización por el Museo del Prado permite integrar a la misma obras fundamentales (como las familias reales de Velázquez y Goya) que en cualquier otra sede quedarían ausentes. Mediante las obras seleccionadas se pretende mostrar el alto nivel de calidad que ha alcanzado el tema en el país a través de los siglos, la manera como se ha ido formando una “tradición” de la que han bebido los sucesivos artistas, la originalidad con que los grandes pintores han respondido a sus antecesores, o el proceso de incorporación de nuevos sectores sociales al género. Y aunque la contribución de El Greco, Velázquez, Goya y Picasso es superior a la de los demás artistas, como corresponde a su calidad y a la originalidad con la que se enfrentaron al tema, se ha procurado que haya una representación del resto de los grandes pintores españoles que cultivaron el retrato, y que también estén presentes las tipologías más importantes. Todo ello a través de un discurso básicamente cronológico, pero dentro del cual se ha tenido en cuenta también la posibilidad de “enfrentar” a artistas que vivieron en épocas diferentes. Así, en diversos momentos van a convivir obras del Greco con las de Velázquez, o las de este pintor con los cuadros de Goya. Igualmente, se ha pretendido llamar la atención sobre la importancia que tuvo la aportación extranjera para la historia del género, lo que se ha llevado a cabo mediante el concurso de obras de Juan de Flandes, Tiziano, Pedro de Campaña, Antonio Moro o Antón Rafael Mengs, que nos advierten sobre la necesidad de no olvidar nunca que el arte español es también arte europeo.
El retrato es una “frontera” donde convergen numerosas ideas, significados y experiencias, tanto artísticos como extra-artísticos. Es el lugar, por ejemplo, donde se pone a prueba la aspiración ilusionista que ha caracterizado durante muchos siglos al arte figurativo occidental; pero también constituye un campo donde se extreman las tensiones entre arte y realidad, y donde la imagen ha trascendido con mayor frecuencia su condición de mera forma significativa y ha adquirido contenidos más complejos. Igualmente, al género durante mucho tiempo le estuvieron asociados contenidos de carácter social, y su desarrollo estuvo muy íntimamente vinculado al contexto histórico, político, económico e intelectual. La exposición reflejará algunos de estos asuntos, y permitirá que el espectador reflexione no sólo sobre el desarrollo de un tema pictórico y la formación de una tradición, sino también acerca de la imagen que de sí mismos han transmitido los españoles a través de los siglos. También se propone una reflexión sobre los límites del género, mediante la incorporación de obras que sin ser propiamente retratos han sido realizadas con una acusada voluntad naturalista.