El Cid
1879. Óleo sobre lienzo, 95 x 76 cmNo expuesto
Rosa Bonheur fue la artista del siglo XIX que obtuvo mayor reconocimiento académico. Considerada una maestra en el género animalière, gozó en vida de una atención de la crítica de la que solo disfrutaron los más reputados pintores y escultores de su tiempo. Su fama y su prestigio le permitieron acumular una pequeña fortuna y vivir, apartada, en una preciosa posesión campestre cercana a París, el Château de By, rodeada de los animales en libertad que empleaba como modelos para sus pinturas y esculturas.
Según Anna Klumpke, una de las dos mujeres con las que compartió su vida y su intimidad, Bonheur comenzó a pintar felinos durante la guerra franco-prusiana. Se centró sobre todo en los leones, que ocupan gran parte de su producción. Usó como modelos primero a los del zoo de París y más tarde a la pareja de la subespecie del Atlas que tenía en su finca. En estos animales Bonheur reconoció esa poderosa nobleza esencial que deseó trasmitir con su obra. En este sentido, el ejemplar del Prado es singular, pues su planteamiento como retrato al borde de lo humano contribuye a subrayar esa cualidad.
La artista propuso aquí una contemplación directa del rostro del animal en su esplendor, capturando de modo particular su rostro. Una paleta brillante hasta lo vitriólico pero fiel a la naturaleza, y las montañas del Atlas levemente insinuadas al fondo, refuerzan su carácter original. Como ha señalado Carlos Reyero (2017), esta forma de presentar al león coincide en el tiempo con el texto de Charles Darwin La expresión de las emociones en el hombre y en los animales (1872), obra a la que Bonheur pareció mostrarse sensible. En su monografía de 1908 dedicada a Bonheur, Klumpke menciona este cuadro con el significativo título de Un joven príncipe (cabeza de León).
En 1879 el marchante Ernest Gambart, amigo íntimo de la pintora, donó el cuadro al Museo del Prado. La presencia de esta obra en España sirvió para engrandecer la fama de Bonheur, que pronto recibió la Gran Cruz de Isabel la Católica, condecoración reservada a los grandes maestros y que significó el primer reconocimiento profesional del Estado a una artista ya muy prestigiosa por méritos propios.
La estampa que a partir de este lienzo realizó Gilbert con pequeñas variaciones y que ha de ser la que formó parte de la donación de Léon Henri Lefèvre, sobrino de Gambart, al Prado (G353), es un fiel testimonio del prestigio que la pintura original alcanzó en nuestro país. Artistas ya consagrados en el momento en que se pintó la obra, como Ramón Martí Alsina, también la copiarían.
G. Navarro, Carlos, Invitadas. Fragmentos sobre mujeres, ideología y artes plásticas en España (1833-1931), Madrid, Museo Nacional del Prado, 2020, p.375 nº 112