Felipe V
1718 - 1722. Óleo sobre lienzo, 82 x 62 cmSala 019
Esta obra, junto con el retrato compañero de Isabel de Farnesio (P7604), responde al deseo de la familia real española de poseer efigies adecuadas a su función al frente del Estado, con un carácter solemne y oficial pero al tiempo próximo y directo. A tal efecto, el pintor renuncia a los espacios palaciegos, propios del mundo cortesano, para centrarse en las facciones de los monarcas y algunos de los elementos de tipo simbólico que les rodean habitualmente, insignias en el caso del rey, así como parte de una armadura, y atuendo lujoso y joyas en lo que concierne a la reina. Ambos se inscriben en óvalos moldurados en trampantojo con fondo neutro oscuro, sobre el que resaltan con especial fuerza, lo que produce una sensación de volumen que acentúa la verosimilitud ante los ojos del espectador. Imágenes como éstas fueron frecuentes y se destinaron a ser enviadas a instituciones civiles y militares, dentro y fuera de la metrópoli, en aras de transmitir las facciones de los soberanos por todo el conjunto de territorios que configuraban el vastísimo imperio español; también se remitieron a parientes o personalidades vinculadas a la monarquía, e incluso a las distintas cortes europeas, dentro de los contactos diplomáticos que se mantenían con diferentes países. El retrato del rey pertenece a un amplio grupo de cuadros similares que Meléndez ejecutó desde la segunda década de la centuria en adelante, parecidos a los de la Biblioteca Nacional de Madrid, a los de la catedral de Burgo de Osma y a los que se conservan en otros muchos lugares. El rostro del soberano todavía aparenta joven y está llevado a cabo con cierto grado de idealización; no obstante posee un carácter concreto y vivo, apreciables calidades táctiles, una serena franqueza y, en conjunto, los rasgos sólidos de las facciones destacan por comparación con la consistencia algo vaporosa de la peluca. Felipe V (1683-1746) viste coraza, sobre una prenda de mangas ampulosas, y lleva cuello y corbata blancos; su pecho está cruzado por la banda de la orden del Saint-Esprit y luce el collar de la orden del Toisón de Oro. Con objeto de resaltar los pliegues de las telas y los brillos de éstas y de la armadura, Meléndez aplica pinceladas de trazos largos y zigzagueantes, siguiendo las pautas técnicas de la escuela madrileña barroca. El cromatismo está bien armonizado y es rico en tonalidades. La obra denota la madurez de Meléndez (1679-1734) y semeja posterior a las creaciones de este tipo hechas por Michel-Ange Houasse, que llegó a Madrid en 1715, y anterior a los lienzos de Jean Ranc, que se puso al servicio de los monarcas a fines de 1722 (Texto extractado de Luna, J. J. en: El retrato español en el Prado. Del Greco a Goya, Museo Nacional del Prado, 2006, pp. 140-141).