Jarrón de bronce con rosas
1640 - 1660. Óleo sobre lienzo. Sala 018Uno de los géneros de pintura de naturaleza muerta que alcanzó mayor popularidad en España fue el de los floreros, en los que el atractivo de la vistosidad y variedad que ofrece por sí esta temática se suma el que proporcionan las infinitas posibilidades de combinación de las especies vegetales entre sí, a lo que se podían unir animales, perspectivas de jardines y objetos vinculados a la vegetación, así como elementos ornamentales, arquitectónicos o de paisaje. Las mejores obras de este tipo constituyen auténticos alardes compositivos que pusieron a prueba la capacidad de invención de sus autores, así como de sus afinadas dotes de observación.
De los grandes maestros sevillanos del siglo XVII Camprobín fue el primero que se especializó en la pintura de flores alcanzando grandes éxitos, merced a una producción numerosa y, por lo general, de gran calidad. A tal efecto, y con el deseo de variar sus composiciones, utilizó muchos modos de presentación, particularmente en lo que concierne a los recipientes que debían contener los floridos ramilletes; así, tanto las cestas de mimbre como los búcaros y jarrones y otros elegantes receptáculos le sirvieron para elaborar pinturas sumamente atractivas en las que se sumaban a los vegetales las formas dispares de objetos resultantes de su fantasía o de la realidad cotidiana. Tuvo un interés especial en los jarrones broncíneos, cuyos perfiles ricos en sinuosidades -curvas, contracurvas, ondulaciones, o motivos fabulosos e imaginativos- le permitían formular curiosos contrastes con los agrupamientos florales. Análogas contraposiciones se ofrecen al valorar el dispar cromatismo de éstos con aquellos; aquí se advierte al observar la tonalidad dorada y brillante del metal frente a la vivacidad y cromatismo de los pétalos.
Según Portús en este pequeño florero no sólo explota [Camprobín] todas esas posibilidades sino que establece un sugestivo diálogo de curvas aprovechando el juego de superficies cóncavas y convexas del jarrón, el volumen de las rosas y el formato circular del lienzo. Aunque inusual no fue único en la pintura española pues ya lo había utilizado El Labrador (Texto extractado de Luna, J. J.: El bodegón español en el Prado. De Van der Hamen a Goya, Museo Nacional del Prado, 2008, p. 88).