La Resurrección
Hacia 1566. Óleo sobre tabla, 167,7 x 125,4 cmNo expuesto
Las dimensiones, formato, temática, soporte y estilo pictórico de estas tres obras -El Calvario (P8211), Lamentación ante Cristo muerto (Museo de Salamanca, CE 106) y La Resurrección (P8212)- hacen pensar en una procedencia común, un retablo con la tradicional temática vinculada al ciclo cristológico, con especial énfasis en los episodios referidos a la Pasión, muerte y Resurrección. Este tipo de iconografías fueron las más repetidas en los retablos de la época, y es muy probable que en los conjuntos realizados por Morales desde mediados de los años treinta se incluyera alguno de estos asuntos.
El estilo pictórico de estas tres obras enlaza de manera coherente con la mejor producción de Morales de los años sesenta -y así lo han convenido los estudiosos del pintor-, al menos con la que se relaciona con las obras destinadas a retablos, un tipo de trabajo en donde la participación del taller fue frecuente. La depuración compositiva y pictórica que muestran estas obras respecto al retablo de Arroyo de la Luz, hace convincente la propuesta de Carmelo Solís de 1999 de ponerlas en relación con el retablo mayor de la parroquia de Alconchel (Badajoz), villa para la que Morales ya había trabajado en la década de los años cuarenta, probablemente para el convento de Nuestra Señora de la Luz.
Para La Resurrección, Morales recuperó los elementos esenciales de la versión de Arroyo de la Luz, partiendo de modelos bien asentados para esta escena: con Cristo triunfante situado sobre el sepulcro y, a los lados, los soldados que custodiaban el lugar. Dos estampas de Durero podrían haberse combinado para la composición: una tomada de la Pasión grande (1510), para la figura de Cristo resucitado, y otra incluida en la Pasión pequeña (1509-11), para los soldados. Pérez Sánchez apreció en la versión Arango un proceso de clarificación compositiva que se amplía a otros aspectos de la obra: la disposición y sentido de los soldados -bien diferentes a los rudos y cabezones de Arroyo-, el tratamiento de las telas, la simplificación del paisaje circundante y, sobre todo, la esbeltez y ligereza del Resucitado, cuyo cuerpo se desvela al espectador de manera bien diferente al del retablo arroyano, donde buena parte del torso se cubre con el manto púrpura.
Al igual que en las tablas con El Calvario y la Lamentación, Morales ha cuidado la representación de los celajes -tranquilos y luminosos aquí- y de todos los elementos del paisaje: las lejanías azuladas del fondo, con un caserío de ascendencia nórdica, y una montaña escarpada que es casi repetición de la roca que acompaña a la escena del primer término (Texto extractado de Ruiz, L.: El Divino Morales, Museo Nacional del Prado, 2015, pp. 153-159).