María Pilar de la Cerda y Marín de Resende, duquesa de Nájera
Hacia 1795. Óleo sobre lienzo, 114 x 91 cmSala 089
La joven dama, que aparenta alrededor de veinte años, está sentada junto a un velador, en el que se ven varios medallones y un libro, y sobre el que descansa el codo izquierdo. Luce un magnífico traje de raso gris y rosa, con manteleta y bocamangas de encaje. La blancura de su piel y la finura de su talle le infunden una fragilidad delicada y elegante. De rostro afilado y sereno, en el que resaltan sus grandes ojos, se toca la cabeza con una rizada y ahuecada peluca blanca, a la moda de finales del siglo XVIII, y se cubre con un vistoso sombrero de copa alta, adornado con plumas. En las manos, sobre el regazo, sostiene un abanico.
María del Pilar de la Cerda y Marín de Resende Cernesio y Fernández de Heredia nació en Valencia el 18 de enero de 1777 y fue bautizada dos días después en la parroquia de los Santos Juanes. Hija de los condes de Parcent, familia a la que López conocía y para la que había realizado por esos años algunos otros retratos, como el de José María de la Cerda y Tárrega, conde de Parcent (Museo de Pontevedra), casó en Valencia el 1 de agosto de 1795 con Diego Isidro Guzmán y de la Cerda Fernández de Córdoba y Guzmán, primo segundo suyo, encargándose probablemente en esas fechas el retrato al pintor con motivo de los esponsales. Dama de honor de la reina María Luisa, que la condecoraría el 4 de septiembre de 1799 con la orden de su nombre, tras su matrimonio asumió por consorte los títulos de marquesa de Quintana del Marco, de Guevara, de Montealegre, de Aguilar de Campóo, y condesa de Paredes de Nava, de los Arcos, de Añover de Tormes, de Campo Real, de Castañeda, Castronuevo, Treviño, de Valencia de Don Juan y de Villamediana. Falleció en Alicante el 17 de noviembre de 1812.
Este lienzo puede considerarse la obra maestra de la primera producción retratística de Vicente López (1772-1850), correspondiente al período de sus años valencianos inmediatamente posteriores a su estancia en Madrid, en los que todavía no está cuajado su estilo más personal, que se definiría plenamente a partir de 1800. Establecido en Valencia desde 1792 ya con la aureola de prestigio de haber estudiado en la corte, Vicente López intentó satisfacer el gusto de la alta sociedad valenciana de la época, incorporando en sus retratos las nuevas modas estilísticas aprendidas de los más afamados maestros cortesanos. Gracias a ello y a sus excepcionales dotes técnicas logró erigirse en el pintor de mayor renombre en el panorama artístico valenciano de su tiempo.
En efecto, como ocurre con otras interesantes efigies pintadas por el artista en estos mismos años, como la de El grabador Pedro Pascual Moles (Barcelona, MNAC), López intenta conjugar en este lienzo modelos y lenguajes retratísticos diversos, lo que explica las dudas iniciales sobre su enigmática autoría, ingresando en el Museo como obra dudosa de Maella, Goya o Paret, debido a su singular eclecticismo estilístico, que resultaba entonces desconcertante, dada su espléndida calidad. Así, en él se advierte un acercamiento al refinamiento elegante y jugoso del mundo de Paret, tanto en su composición, de marcada intención decorativa, resuelta con gran amplitud espacial y una elegante inclinación de la pose algo afectada de la modelo, de una sutil languidez rococó, como en el refinamiento de su técnica y colorido, mientras que en los brillos rutilantes del raso y los crujientes pliegues de las telas parece advertirse un recuerdo goyesco.
Sin embargo, el modelado rotundo de las carnaciones y el torneado definido de brazos y manos son ya enteramente propios del estilo de Vicente López, que emplea como cierre del fondo del retrato un cortinaje de encendidos reflejos, procedentes a su vez de la paleta de Maella. Al comentar el retrato con motivo de su ingreso en el Prado, Xavier de Salas afirma con todo acierto que, si no tratamos de los retratos de Goya, es éste, sin duda, uno de los más hermosos retratos setecentistas que hoy atesora nuestro Museo (Texto extractado de Díez, J. L. en: El retrato español en el Prado. Del Greco a Goya, Museo Nacional del Prado, 2006, p. 182).