Mariano San Juan y Pinedo, futuro conde consorte de la Cimera
Hacia 1813. Óleo sobre lienzo, 128 x 89 cmSala 089
El autor de esta deliciosa obra, exquisito paradigma del retrato infantil en un período fértil en transformaciones estéticas como es la transición del siglo XVIII al XIX, resulta mucho menos conocido de lo que sus interesantes creaciones demandan; aun cuando ha sido objeto de estudios de conjunto y de carácter parcial, todavía aguarda una amplia monografía que recoja, clasifique y analice su amplia ejecutoria. El efigiado nació el 17 de enero de 1803; contrajo matrimonio con doña María Salomé Mendinueta y Muzquiz, condesa de La Cimera, título creado por Carlos IV en 1795, para el padre de aquella, miembro del Consejo de Hacienda del Reino. Este retrato aparece llevado a cabo merced a una técnica preciosista, casi de miniatura, que destaca los pormenores más acusados de la pieza, lo que evidencia la formación del autor en el ambiente estético del siglo XVIII, cuando pasa del segundo tercio al último. La graciosa figurilla de este niño, vestido con uniforme de colegial, cadete de Marina, de principios del siglo XIX, se recorta sobre un sumario paisaje de parque, cuyas tonalidades se encuentran armonizadas y dominadas por una refinada gama de grises. Su mirada, intensa y profunda, sin renunciar a la expresión infantil propia de su edad, descubre inteligencia y agudeza. Su continente, sereno y sencillo, se impone de inmediato por su simpatía y frescura e incluso su reposada actitud, con un gesto indicativo que no pretende ser imperioso, añade una nota positiva más a la valoración favorable de la efigie. Como parece tener entre ocho o diez años, es menester situar la realización de la obra en un período contemporáneo a la guerra de la Independencia (1808-1814) y más cercanamente a los primeros años de la segunda década del siglo. Aunque no se encuentra firmado, la adscripción del retrato a la producción de Esteve ha sido siempre unánimemente admitida y se considera a la obra como uno de los más admirables aciertos del pintor. Su tendencia habitual al envaramiento elegante y a cierto hieratismo en las composiciones aparece aquí corregida por una inclinación singular a la valoración de los aspectos humanos, que en el presente caso se resuelve en una feliz captación del espíritu amable y candoroso del retratado, sin excluir la observación de sus peculiaridades personales con una clara adscripción a la significación de una caracteriología distintiva y sincera. La evocación de Goya, tan frecuente en los lienzos del autor, parece desvanecerse en beneficio de un aire que preludia el romanticismo en su vertiente germánica. Toda idea de fragilidad está ausente y la blandura de otros cuadros se ha transformado en seguridad consciente y en afirmación de principios pictóricos muy marcados, que evidencian un Esteve diferente del que normalmente se estima. El cuadro fue atribuido por primera vez a Esteve por Elías Tormo (Tormo 1916, p. 315) opinión mantenida por todos los historiadores del arte, especialmente por Martín Soria, quien recopiló una considerable parte de la obra del maestro (Soria 1957, p. 140). Más tarde fue ampliamente estudiado a efectos de figurar en una exposición en Japón (Luna 1987, pp. 150, 151). El boceto de la cabeza del personaje se encuentra en la colección privada de los parientes lejanos, descendientes por otra rama familiar y actuales poseedores del título (Texto extractado de Luna, J. J. en: El retrato español en el Prado. De Goya a Sorolla, Museo Nacional del Prado, 2007, p. 66).