Retrato de señora
Hacia 1815. Óleo sobre lienzo, 76,5 x 58,5 cm. Depósito en otra instituciónLa presente efigie femenina poseyó atribución al artista andaluz, de tradición pictórica murillesca, José Gutiérrez de la Vega (Sevilla, 1791-Madrid, 1865), lo que desde el punto de vista formal, analizando las características estéticas y técnicas de la pieza resultaba insostenible, por lo que en 1999 le fue cambiada en beneficio de la que actualmente mantiene. Representa a una elegante dama, cuyo atuendo evidencia un nivel social acomodado. Aparece de medio cuerpo, sentada sobre un sillón del que se aprecia un breve fragmento del respaldo; está tratada en postura de tres cuartos, con el rostro levemente girado respecto del cuerpo hacia su izquierda, sin llegar a la posición frontal. Destaca sobre un fondo neutro oscuro, lo que unido a la bien calculada iluminación uniforme, consigue para el efectismo del personaje la verosimilitud de un acusado volumen que otorga consistencia plástica de tipo escultórico a la figura, correctamente conseguida, no obstante cierto hieratismo, acentuado en las facciones por el rictus de los labios. Mujer de ojos grandes, cejas marcadas y nariz consistente, ostenta un lunar bajo ésta que anima levemente los rasgos faciales, tocados de una serena rigidez, probablemente impuesta por la severa actitud general que exhibe la retratada. Viste siguiendo la moda del momento, heredera de las tradiciones del estilo Imperio y muestra alhajas que realzan su natural atractivo, contribuyendo al efecto de discreta suntuosidad que transmite al espectador. La frente despejada se ennoblece con un austero peinado con raya al medio, que se recoge en un moño a mitad de la cabeza, contenido por una historiada banda, probablemente de oro (o metal dorado), del tipo diadema, que a veces se sujeta por medio de un peine, frecuente entonces, decorada con una gráfila de diminutas medias esferas a manera de contario. Amparando el conjunto que forman la joya y la ordenada masa capilar aparece una mantilla de encaje, clara, que descendiendo sobre los hombros y disponiéndose sobre los brazos acaba recogida bajo el busto con refinado descuido, ejerciendo el papel de chal, a mitad de camino entre la prenda de abrigo y la de adorno. Al cuello ostenta un collar de cuentas, aparentemente de coral, del que pende un medallón de oro. El resto de la indumentaria la componen un cuerpo de vestido con mangas; el busto queda cubierto por una especie de justillo de tejido diferente cuyas delicadas tonalidades contrastan con el cromatismo oscuro del ropaje principal. Las manos son visibles, en los dedos de ambas lleva sortijas de oro con pedrería y en la derecha mantiene firmemente un abanico. Todo en la obra lleva a pensar que se trata de un retrato femenino entre protocolario y cotidiano, que tanto puede ser de un personaje aristocrático como de extracción burguesa, en razón de todos los motivos observados, comunes a ambas categorías que, a lo largo de la primera mitad del siglo XIX, se fueron fundiendo, sin que pudiesen distinguirse fácilmente unos de otros, en lo concerniente a su representación sobre el lienzo (Texto extractado de Luna, J. J. en: El retrato español en el Prado. De Goya a Sorolla, Museo Nacional del Prado, 2007, p. 68).