San Buenaventura recibe el hábito de San Francisco
1628. Óleo sobre lienzo, 231 x 215 cm. Sala 007AEl colegio de San Buenaventura de Sevilla se fundó a comienzos del siglo XVII. En 1626 una donación de don Tomás de Mañara de Leca y Colonna propició un encargo al pintor Francisco de Herrera para que realizara un ciclo de pinturas destinadas a la iglesia del colegio. Se debían ilustrar los capítulos fundamentales de la vida de San Buenaventura, santo nacido en el siglo XIII, y a cuya figura se dedicaba este centro franciscano de Teología y Sagradas Escrituras. Herrera compartió el encargo con Francisco de Zurbarán, aunque este segundo pintor se incorporó más tarde al proyecto. Herrera se ocupó de pintar las telas que reflejaban la niñez y juventud de San Buenaventura, antes de su ingreso en la Orden; la madurez y muerte del santo quedaron plasmados en los cuatro lienzos del extremeño.
San Buenaventura recibe el hábito de San Francisco es el tercer lienzo del ciclo inicial, y en él se representa el momento en que el santo ingresa como novicio en la Orden Franciscana en 1243, una vez que el capítulo de frailes accedió a su admisión. La pintura muestra la forma áspera de pintar del que fuera maestro de Velázquez y uno de los introductores del naturalismo en Sevilla. Herrera, tras el empleo en la década anterior de un colorido cercano a la pintura veneciana, conocida a través de la paleta de Roelas, mantiene ahora unas gamas vibrantes, pero sabiamente reducidas hacia una monocromía de castaños, ocres y grises aplicados por medio de una pincelada suelta y amplia que el pintor mantendrá a lo largo de su carrera, y que resulta de una indudable proximidad al joven Velázquez.
La composición se concibe en el interior de una iglesia poblada por una hilera de interminables e imponentes cabezas; una forma de conformar el espacio en una línea de marcada horizontalidad que Herrera también ha incluido en otras obras de la serie. En el lienzo del Prado, el despliegue se convierte en un verdadero alarde de vivacidad y realismo. Destaca, además del severo y árido rostro de San Francisco o la expresividad del fraile situado a la derecha, la magnífica concesión a la anécdota del anciano con anteojos que se inclina, concentrado en un gesto que denuncia su sordera. Bajo esa espléndida sucesión de franciscanos, continuada en un nutrido grupo de curiosos y músicos -éstos últimos en el coro del templo- se postra humilde San Buenaventura, a la espera de la inminente toma de los hábitos que aparecen representados en primer término (Texto extractado de Ruiz, L.: El Greco y la pintura española del Renacimiento. Guía, Museo del Prado, 2001, p. 196).