San Juan Evangelista
Siglo XVII. Óleo sobre lienzo, 142 x 107 cm. No expuestoForma parte de uno de los Apostolados pintados por este artista, cuyos ejemplares conocidos ofrecen una diversa calidad, tales como los que se conservan en el Museo Diocesano de Valladolid y en el Monasterio de Poblet (Tarragona), además de diversas copias. Las figuras de los apóstoles sostienen en sus manos sus atributos correspondientes y un papel o cartela con versículos del Credo. Respaldada por un fondo oscuro, la silueta de San Juan se destaca por la fuerte iluminación dirigida al rostro y manos. Éste y el apóstol Judas Tadeo son los únicos de la serie que dirigen sus cabezas hacia lo alto, en actitud expectante, siendo su rostro menos joven de lo habitual en las representaciones de este discípulo, pues el bigote y la perilla le alejan de la característica imagen de joven imberbe.
El preferido de Cristo fue hijo del pescador Zebedeo y hermano de Santiago el Mayor. Al confiarle Jesús a su madre marchó con ella a Efeso y en su casa vivió hasta su dormición; después se retiró a la isla de Patmos y en tiempos del emperador Domiciano sufrió martirio en Roma, al ser introducido en una caldera de aceite hirviendo, de la que salió indemne. Autor del cuarto Evangelio se le ha atribuido la redacción del libro del Apocalipsis.
La presencia del cáliz, como atributo parlante, se refiere a un pasaje supuestamente biográfico de San Juan, cuando el sacerdote del templo de Diana en Efeso, Aristómedes, le dijo: Si tu quieres que crea en tu Dios, te daré a probar veneno y si no te hace ningún daño, es que tu Dios es el verdadero. Efectivamente machacó reptiles venenosos en un mortero, probó primero su efecto en dos condenados a muerte, que sucumbieron de inmediato, y a continuación le hizo beber a San Juan la copa; éste hizo el signo de la cruz, bebió el veneno y no sufrió mal alguno. Habitualmente de la copa emponzoñada surge un pequeño dragón alado, de una o varias cabezas, que simboliza la fuerza del veneno del que se escapó el discípulo de Cristo. Según una tradición, recogida por el Pseudo-Isidoro de Sevilla, la copa en realidad era un cáliz de comunión, de ahí su forma, queriéndose identificar con uno que se conserva en la basílica romana de San Juan de Letrán (Texto extractado de Urrea, Jesús: Pintores del reinado de Felipe III , Museo Nacional del Prado, 1993, p. 116).