Viaje de la santísima Virgen y de san Juan a Éfeso después de la muerte del Salvador
1862. Óleo sobre lienzo, 244 x 390 cm. No expuestoDe la extensa obra de Hernández Amores, en la que mostró siempre una inclinación especial hacia los argumentos religiosos y una admiración rendida por el mundo griego clásico, este monumental lienzo ha de considerarse con toda justicia como su obra maestra y el ejemplo más sobresaliente de la pintura nazarena en España. Premiada esta obra con una primera medalla en la Exposición Nacional de 1862, representa el viaje que, según la tradición, realizaron san Juan y la Virgen tras la muerte de Cristo a Éfeso, donde el apóstol escribiría su evangelio y gobernaría la iglesia de aquella región y María pasaría sus últimos años acompañada por el santo, a quien el propio Jesús había confiado su cuidado desde la cruz. Allí, la Virgen se establecería en una pequeña casa a las afueras de la ciudad, donde era visitada por san Juan; construcción que sería identificada precisamente en el siglo XIX, siendo hasta hoy lugar turístico y de peregrinación para el mundo cristiano. En el catálogo de la mencionada exposición de 1862 se especifica que su argumento está inspirado en el Concilio III o de Éfeso, convocado el año 431 por el emperador Teodosio II, en el que quedó fijada la naturaleza divina de la maternidad de María (Theotokós).
Así, sobre las aguas casi añiles de un mar encrespado, una pequeña barca con su vela henchida por el viento conduce a los viajeros a su destino. En la popa de la embarcación puede verse a su fornido piloto, que ha caído rendido por el sueño, soltando el timón y dejando la nave a la deriva. Por intervención milagrosa, dos ángeles mantienen el rumbo de la nave sosteniéndola desde la proa por sus amuras, sin dejar de contemplar a sus santos viajeros, sentados en el centro de la embarcación. San Juan, envuelto en un manto carmesí movido por el aire, reflexiona entristecido con la cabeza baja sobre la reciente muerte de su Maestro mientras que la Virgen, con el gesto compungido por el dolor y la mirada alzada al cielo, sostiene en su regazo la corona de espinas, instrumento y símbolo del sufrimiento y muerte de su Hijo. A pesar de su rareza -o más bien precisamente por ella-, esta espectacular pintura resulta impactante para el espectador, que queda seducido de inmediato tanto por la singularidad de su argumento como por su planteamiento escénico y las estrictas calidades plásticas de su particular lenguaje estético.
Indudablemente, el mayor atractivo del cuadro y su fundamental valoración plástica reside en la extraordinaria seguridad de Hernández Amores como dibujante, que demuestra aquí con su trazo más exquisito, a la hora de afrontar el lienzo de mayor envergadura y empeño que pintara en toda su vida. En efecto, la disposición misma de los personajes sobre la barca está resuelta con un ritmo equilibrado y sereno, de una cadencia armónica y elegante, que infunde una espiritualidad contenida y honda a la escena, centrada por sus dos figuras protagonistas, que concentran en su expresión toda la carga emocional del argumento, de una religiosidad trascendente, casi mística. Por otra parte, todo el cuadro está realizado con un evidente alarde de virtuosismo técnico en su dibujo, nítido y limpio, que se disfruta en detalles como el trenzado de las cuerdas del velamen, la cenefa vegetal que decora la embarcación, inspirada en su diseño en la Grecia clásica, la sedosa superficie de las alas del ángel, suavemente matizadas en su blancura, o el brillo de la cabellera ondulada del evangelista. Pero, sobre todo, donde quedan bien patentes las cualidades del artista como uno de los mejores dibujantes de su escuela es en el modelado de los menudos pliegues de las telas movidas por el viento, rizadas en infinitos matices de color y claroscuro, donde Hernández Amores da buena muestra de su sólida formación académica, de la que es también muy bello testimonio el estudio de la anatomía heroica del barquero dormido (Texto extractado de Díez, J. L.; El Siglo XIX en el Prado, Madrid: Museo Nacional del Prado, 2007, pp. 184-186).