Antonio Perrenot, cardenal Granvela - El Paraíso Terrenal (''CAETERE AEQVE AC SIBI'')
Hacia 1560. . No expuestoEn el anverso busto del obispo, barbado y con cabeza descubierta, a izquierda. Viste capelo y porta la cruz episcopal. En un bosque, un unicornio bebiendo de un manantial rodeado de otros animales.
Esta extraordinaria medalla es, sin duda alguna, una pieza del máximo interés, tanto por su calidad artística y técnica como por la simbología que representa. Su fecha de realización es anterior a 1561, año en que Perrenot es nombrado cardenal.
Reseñada inicialmente por Van Loon, es recogida únicamente en la obra de Armand como anónima y sin cita de localización en colección alguna.
En el anverso, su busto, excepcionalmente, se representa de medio cuerpo y en ligero escorzo, permitiendo su extraordinario módulo incluir el brazo y la mano que, con gran elegancia y buen dibujo, sujeta la cruz pastoral.
El volumen de la obra en general no alcanza la perdección máxima de Leone, conseguida en la medalla que conmemora Mühlberg, pero sí está a la par de las grandes fundiciones que el artista hizo.
Nuestra atribución a Leone Leoni se basa en las dos siguiente apreciaciones: completa similitud en el tratamiento del rostro y cabello -produciendo un idéntico retrato- entre ésta y la única medalla firmada y dedicada por Leone al entonces todavía obispo de Arras, su más alto protector, y el igual atrevimiento y originalidad que supone la continuación de dos pequeñas terminaciones de la figura, la muñeca y parte superior del báculo, en la gráfila de puntos que cierra la composición y que vimos, excepcionalmente también, en el reverso de la medalla de Ferrante Gonzaga.
Su reverso recoge una complicadísima composición que llena por completo el campo, igual que en la medalla de Zais-Titanes. En un primer plano, un grupo variado de diferentes animales conviviendo en paz en torno a la figura central de la escena, el unicornio que bebe en el nacimiento de un manantial. Al fondo se abren las montañas en un desfiladero que deja percibir una ingenua perspectiva, y en lo alto, el sol radiante.
La composición es en sí un verdadero reto para el artista por el gran número de figuras que incluye ella, y sin dejar el más mínimo espacio libre: elefantes, rinocerontes, simios, ciervos, jabalíes e, incluso, un oso que se levanta sobre sus dos patas traseras sorprendido tras las rocas; en el centro, al lado de la figura del unicornio, echado apaciblemente y quizá con una doble intencionalidad alusiva al nombre del artista -como se ha querido ver en otras composiciones-, la figura de un león recostado.
Su simbología es ambiciosa y del más alto halago para el personaje a que va dedicada. El unicornio, emblema de la castidad e, incluso, símbolo de la Encarnación de Cristo, ya desde Valeriano era mencionado por sus dones purificadores. Este animal se purificaba a sí mismo, y las aguas, cuando introducía su cuerpo en ellas para beber, se liberaban de toda impureza que pudieran contener. Intención que aclara la leyenda "Para los demás como también para sí mismo" y que coincide con la idea que tenían los católicos de Perrenot como el hombre que iba a depurar la doctrina de su Iglesia ("Aguas saludables") del contagio de la nueva Reforma.
(Texto extractado de: Los Leoni (1509-1608): escultores del Renacimiento italiano al servicio de la corte en España, Madrid: Museo Nacional del Prado, 1994, pp. 189-190).