El Arco de Tito en Roma
1657. Óleo sobre lienzo, 146 x 111 cm.Una figura con la poderosísima personalidad artística de Velázquez no podía por menos que dejar una profunda huella entre los demás pintores de la corte española. Esta influencia se notó especialmente en el retrato, pero también se advierte en otros géneros. Uno de ellos es el paisaje, y como ejemplo tenemos esta obra, que durante mucho tiempo estuvo atribuida al propio pintor sevillano. Se trata de uno de los mejores paisajes realizados en España en las décadas centrales del siglo XVII, y probablemente fue pintado durante el viaje a Italia que Juan Bautista Martínez del Mazo realizó en el año 1657. De ese viaje está documentada una estancia en Nápoles, pero esta obra sugiere que, como es lógico tratándose de un artista, también se acercó a Roma. Aunque no hay evidencia documental de que se trate de un original de Mazo -y recientemente se ha puesto en relación con Benito Manuel Agüero-, su pertenencia a las colecciones reales españolas, así como sus similitudes de formato, técnica y tema con otras pinturas del mismo origen, relacionan esta obra con el paisaje cortesano de mediados del siglo XVII, mientras que su calidad y su composición hacen pensar en Mazo como el candidato más firme a su autoría.
Son tantas las cosas que esta pintura tiene en común con las Vistas del jardín de la Villa Medici que pintó Velázquez (P01210 y P01211), que no podemos sino considerarla una respuesta a las mismas. Las tres obras representan paisajes ubicados en Roma, habitados por personajes de pequeña escala y presididos por un motivo arquitectónico: en el caso de las obras de Velázquez, sendas serlianas, y aquí un arco triunfal romano que a la vez es una ruina. De manera que si Velázquez introduce, a través de la luz y la atmósfera, el concepto de tiempo real, Mazo juega con la idea del tiempo histórico que todo lo consume, a lo que contribuye también la presencia del pastor en primer término tocando el caramillo. Lo que en Velázquez es una experiencia visual traducida al lienzo, en Mazo se convierte en una imagen que propicia una reflexión casi elegíaca sobre la naturaleza y el paso del tiempo, en la línea de una tradición literaria con gran raigambre en España. El Arco de Tito es fundamentalmente una ruina invadida por la vegetación y tiene como punto de referencia y contraste no la urbe espléndida sino el árbol raquítico del primer término y los Orti Farnesiani que aparecen tras él. Tres siglos y medio después de realizada esta pintura, ese valor temporal se refuerza por el hecho de que la obra nos transmite una imagen del arco que ya es imposible recuperar, pues entre los años 1818 y 1821 fue sometido a una importantísima restauración.
Mazo ha sabido transmitir una visión del paisaje urbano muy personal, que supone una elaboración en clave romántica y pintoresca de las propuestas velazqueñas, y que sin duda tiene muy presentes las enseñanzas que el pintor pudo recibir de las obras de Claudio de Lorena que colgaban en el Palacio del Buen Retiro o que tuvo ocasión de contemplar en la propia Italia (Texto extractado de Portús, J.: Roma naturaleza e ideal: paisajes 1600-1650, Museo Nacional del Prado, 2011, p. 172).