El Salvador bendiciendo
1638. Óleo sobre lienzo, 100 x 72 cm. No expuestoEste es el único ejemplo conocido en la pintura de Zurbarán que refleja la iconografía medieval de Jesús como salvador, lo que hace a este cuadro especialmente interesante. Ejemplos similares habían decorado las páginas del Nuevo Testamento en las Biblias ilustradas desde la época medieval hasta el siglo XVI, pero eran ya raros para la época en que Zurbarán pintó su versión de este tema. El precedente más directo es un grabado de los hermanos Wierix al que Zurbarán debió de tener acceso. (Las estampas de temática religiosa de estos artistas flamencos gozaron de gran circulación en España, y fueron coleccionadas y utilizadas con frecuencia por los pintores). Tomando esa composición como punto de partida, el artista decidió agrandar los motivos del orbe y la cruz, quizás para enfatizar el contenido teológico y doctrinal del cuadro. Las imágenes de Jesús bendiciendo con la mano derecha mientras con la izquierda sostiene un orbe rematado por una cruz son claramente simbólicas y no corresponden a ningún momento particular en la narrativa de los evangelios. El orbe simboliza el universo, mientras que la cruz alude al mensaje cristiano de la redención; por lo tanto, la iconografía representa visualmente las facetas de Jesús como soberano y redentor de la humanidad. Al mismo tiempo, esta imagen puede haber tenido una connotación eucarística, dado que, aunque quizás no sea inmediatamente evidente para el espectador actual, la posición de las manos de Jesús habría recordado a los contemporáneos de Zurbarán los gestos del sacerdote en el momento de la consagración durante la misa (a su vez la pose en que a menudo se presenta a Jesús en imágenes de la última cena). Aunque la iconografía es relativamente inusual, la figura de Jesús responde a convenciones muy conservadoras. Aquí vemos a un hombre joven, vestido con túnica roja (la prenda sin costura que aparece mencionada en Juan 19:23) y manto azul. Existe un interesante contraste entre las manos y la cara de Jesús: las uñas y la piel, algo curtida, presentan una apariencia de verosimilitud como si hubieran sido observadas del natural, mientras que la cara y el cuello son de una belleza idealizada y están pintadas en tonos mucho más pálidos. La barba y el pelo, que Zurbarán ha plasmado con especial cuidado, así como las facciones, evocan los iconos bizantinos y también reliquias como los sudarios que se conservan en las catedrales de Oviedo y Jaén, entre otras, que según la tradición muestran la impresión directa del rostro de Jesús y por lo tanto eran tratados con gran respeto por los pintores.
Como es característico en la obra de Zurbarán, una fuerte luz dirigida resalta con nitidez los contornos cuidadosamente delineados de las formas y sus colores simples de tonos pálidos, sobre los que se proyectan sombras fuertes. El fondo del cuadro consiste en un espacio oscuro y vacío, de manera que no se ofrece al espectador distracción alguna y se contribuye en cambio a concentrar la mirada en la figura, mientras que el resplandor dorado alrededor de la cabeza de Jesús acentúa el carácter sobrenatural de la imagen y provoca la sensación de estar, más que ante una pintura, ante una visión. Por todas estas razones, el cuadro habría sido apropiado para la contemplación privada o para uso similar en un entorno monástico. Este tipo de meditación, en la que el fiel se concentraba en una imagen pintada como ayuda visual externa para estimular una respuesta emocional, era una de las muchas maneras en las que los españoles del siglo XVII interactuaban con imágenes religiosas (Texto extractado de Pérez d`Ors, P. en: Del Greco a Goya. Obras maestras del Museo del Prado, Museo de Arte de Ponce, 2012, p. 40).