El viático
1840. Óleo sobre lienzo, 77 x 63,5 cmNo expuesto
Este cuadro es la obra más exquisita del conjunto que conserva el Prado de este artista, además de una de sus escenas de costumbres de más cuidada ejecución y envergadura. Alenza lo presentó a la exposición anual de la Academia de San Fernando de 1840, provocando en la tímida crítica artística de entonces un breve comentario que resume en un párrafo la esencia de su interés e intención: Ese cuadro representa un sacerdote que va a administrar el santo viático, sin duda a algún pobre, según las pocas luces que lleva, y la clase de personas que le acompañan. Toque libre y fácil, que es la manera peculiar del autor, suma verdad en los caracteres y en los personages, y agradable efecto de claro-oscuro por el gusto y tono vigoroso de Rembrandt. En efecto, es pintura de enorme atractivo por el planteamiento escénico de su composición, enmarcada entre los planos arquitectónicos del sencillo caserío, que define un espacio muy angosto, que recuerda los decorados en bambalinas de un modesto teatro. En él se desenvuelven los grupos de figuras en recogida procesión, dispuestos con gran habilidad escenográfica y un primoroso cuidado descriptivo en su carácter humilde y sus indumentarias. Pero, sobre todo, el cuadro resulta especialmente sugerente por la jugosidad vibrante de su técnica, de pinceladas cortas y aflecadas, con las que Alenza hace alarde de su destreza técnica queriendo emular el gusto y tono vigoroso de Rembrandt, maestro al que tanto admirara Goya, considerado entonces como el paradigma de la interpretación dramática de la luz. Así, el pintor demuestra su dominio en el tratamiento de la luz artificial -ejercicio de habilidad tan utilizado por los pintores desde el Manierismo-, iluminando la escena nocturna con el hachón que lleva uno de los monaguillos, parcialmente oculto por las figuras de un padre con su hijo dispuestos en audaz contraluz, que portan otro cirio. Con este efecto, los personajes quedan bañados en la oscuridad de la noche con una luz cálida y muy sugerente, de veladuras ambarinas y gran efecto atmosférico, que Alenza utiliza con idénticas intenciones y resultados en otras escenas de semejante carácter y enfoque, como la titulada Mendigos en la hoguera, de composición sin embargo bastante más simple.
La presencia del traslado del santo viático por las calles de las ciudades españolas fue costumbre muy arraigada hasta bien entrado el siglo XX, resultando de especial atractivo para los pintores costumbristas del Romanticismo. Consistía en llevar la última comunión a los enfermos en trance de muerte, con el fin de asegurar su último viaje (viático) en gracia de Dios. El paso de este cortejo, encabezado por el sacerdote de la parroquia correspondiente, revestido de sus ropajes litúrgicos y seguido de acólitos y devotos, constituía una ceremonia de máximo respeto y honores, al que debían responder todos aquellos que se veían sorprendidos por su presencia, que se anunciaba al toque de la campanilla y al grito de ¡Dios, Majestad!, debiendo arrodillarse y saludar a su paso, en toda circunstancia. Tan ceremonioso rito sorprendía lógicamente a los viajeros y liberales no católicos que vivieron en España durante el Romanticismo. En uno de sus rapidísimos e instantáneos apuntes a pluma que conserva la Biblioteca Nacional, Alenza había dibujado con enorme frescura e inmediatez una escena del paso del viático, que sin duda, debió de servir al artista para la preparación del presente lienzo. El cuadro fue adquirido a Alenza por Francisco Javier Mariátegui (1775-1844), arquitecto mayor de la Villa de Madrid, personaje relevante en la Corte, quien mantuvo una estrecha relación con el pintor.
El siglo XIX en el Prado, Madrid, Museo Nacional del Prado, 2007, p.134-137 nº 12