Guirnalda de flores con San Antonio de Padua
Después de 1689. Óleo sobre lienzo, 65 x 84 cmNo expuesto
Pieza tardía en la producción del maestro, cuando menos fechable en 1689 o algo después si se tiene en cuenta que ese año fue nombrado pintor del rey, cuya referencia se indica en la firma: las letras P y R entrelazadas con una corona encima.
Este género de obras, bastante frecuente en la escuela flamenca del siglo XVII -una escena religiosa circundada por una guirnalda- también fue llevado a cabo por Arellano, a quien Pérez estaba muy vinculado por razones de oficio y lazos familiares. Tan vistosa composición recuerda a las de Seghers (1590-1661) y a las de miembros de la familia Brueghel. No obstante, el empleo de cartelas en el interior, tan habituales en el primero de estos artistas, concepción formal que también hizo suya Arellano, aquí ha desaparecido en beneficio de una visión más libre y apropiada al milagro que se relata: la aparición del Niño Jesús a San Antonio de Padua.
Existen otros detalles que contribuyen a dar la idea de que Pérez jugó con la idea del decorativismo barroco triunfante en aquellos años, especialmente el modo en que la guirnalda, en lugar de establecer un óvalo o círculo cerrado, presenta avances y retrocesos de las flores -rosas, tulipanes, pasionarias, narcisos y peonías- agrupadas en tres conjuntos irregulares, que dejan la parte superior abierta, a modo de ruptura, a fin de que pueda penetrar cómodamente la visión que desciende del cielo.
Las pinceladas suaves y sedosas que acarician la materia consiguen un efecto atractivo muy notable y contribuyen a evitar la rigidez por medio de una pintura translúcida y fluida; a esta circunstancia se une la gama cromática utilizada con tonos cálidos: rosados, rojos o amarillos, contrastados entre sí y separados en ciertos puntos por toques de blanco, lo que aligera el conjunto. La excelente iluminación crea unas áreas claras y otras oscuras, propiciando el juego de volúmenes, hábilmente expresado, mediante el realce de los colores; a su vez, el fondo en penumbra propicia un respaldo a la composición dotándola de verosimilitud. La consideración de que Pérez sea el autor de las figuras, cuya formulación se encuentra perfectamente integrada en lo que se hacía en la Corte madrileña por entonces -es el reinado de Carlos II (r.1665-1700-), es tradicional y no se encuentra lejos de la realidad puesto que Palomino, al referirse al pintor en 1715, mencionaba que era apreciado como creador de figuras de gran calidad.
En cuanto al asunto principal cabe señalar que fue muy común durante la Contrarreforma y que fueron muchos los pintores que mostraron a San Antonio de Padua adorando al Niño Jesús, quien se le aparecía rodeado de querubines y, a menudo, en medio de una poderosa luz, hecho que no aparece exageradamente desplegado aquí, porque tal vez en el ánimo de Pérez estaba la consecución de una pintura armónica y delicada, sin excesos llamativos (Texto extractado de Luna, J. J.: El bodegón español en el Prado. De Van der Hamen a Goya, 2008, Museo Nacional del Prado, p. 108).