La Crucifixión
1635 - 1665. Óleo sobre lienzo, 130 x 96 cmNo expuesto
La Crucifixión es probablemente la imagen cristiana más característica, y sin duda fue una de las más representadas y coleccionadas en la España de los Habsburgos. En casi todas las iglesias y capillas se encontraban esculturas o pinturas de Cristo en la cruz, en sus variadas formas, y en las casas particulares servían como objetos devocionales. Los temas relacionados con la Pasión, que subrayan el carácter humano de Jesús y su sufrimiento, fueron centrales en la vida espiritual de la España del Siglo de Oro. Al plasmar estas escenas, los pintores y escultores se proponían conmover al observador al igual que lo hacían los poetas y predicadores con sus respectivos medios de expresión. Dado el carácter público de la devoción en ese entonces y la familiaridad de los españoles del siglo XVII con el arte sacro, imágenes como esta eran para la mayoría de ellos inseparables de la experiencia piadosa. Sobre un fondo oscuro de sombrío ambiente crepuscular y horizonte bajo, el cuerpo pálido, bañado en un resplandor sobrenatural, parece emanar una luz interior. La posición de la cabeza, inclinada hacia el pecho, y la herida en el costado sugieren que ya ha muerto. La gravidez del cuerpo sin vida está plasmada con destreza, y la anatomía proyecta un efecto general de gracia sutil. La elegancia de la postura está realzada por el uso iconográfico de tres clavos -posible porque Jesús tiene un pie colocado sobre el otro- en vez de los cuatro clavos representados usualmente por los pintores de la escuela sevillana. La interpretación de Cano enfatiza la belleza física, no el deterioro ni el sufrimiento; el balance entre estos dos elementos era tema de interés para los artistas de la época, como lo muestran los escritos de Francisco Pacheco, el teórico y pintor sevillano, tutor de Cano y Velázquez. Los evangelios mencionan que en las horas que precedieron a la muerte de Jesucristo, hubo tinieblas sobre toda la tierra (Mateo 27:45, Marcos 15:33, Lucas 23:44). En la pintura, el drama de la crucifixión ya ha concluido, y el pintor capta un momento que no se menciona explícitamente en ninguno de los evangelios: cuando todos los que presenciaron la crucifixión han abandonado el Gólgota y solo queda el cuerpo inerte sobre la cruz. La escena trasmite una impresión de gran soledad, dirigida a afectar emocionalmente al observador y provocar una reacción de empatía, idea probablemente inspirada por los textos religiosos de la época. La pintura emplea, pues, un acercamiento más sutil y psicológico a la Crucifixión que el despliegue usual de las terribles consecuencias físicas de los azotes y el tormento horroroso de la Pasión. En vez de aludir a la narrativa mostrando la sangre, las heridas y los golpes en el cuerpo sin vida de Jesús, el artista ha optado por pintar el cielo crepuscular del fondo en una lúgubre tonalidad roja, como si la naturaleza misma reflejara la tragedia de su muerte. Cano desarrolló este tema en muchas ocasiones, experimentando con diferentes posibilidades hasta alcanzar la madurez estilística. Varias pinturas similares de su mano han llegado hasta nuestros días, y entre ellas una un poco más pequeña que se encuentra en el Museo de Bellas Artes de Granada es especialmente parecida a esta versión en escala, tono y composición (Texto extractado de Pérez d`Ors, P. en: Del Greco a Goya. Obras maestras del Museo del Prado, Museo de Arte de Ponce, 2012, p. 46).