Los gnomos alquimistas
Hacia 1912. Óleo sobre lienzo, 89 x 115 cmNo expuesto
El artista la envió, junto con otras, a la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1924, en la que obtuvo la Medalla de Honor, con una cartela en la que figuraban cuatro versos en cuaderna vía del propio Menéndez Pidal, que en su juventud había escrito poemas por afición y cuyo hermano Juan había publicado libros de poesía. Decían: "Homes de cuerpo e alma ruines e menguados, / que de facer el oro nunca se ven cansados / e ansi por cobdicia viven emparedados, / de viles alimañas servidos e cercados". Se ha supuesto que le persuadieron de que no figurara tal cartela en la exposición, pues temían que se viese en ella una alusión al poder económico. Es posible que se hubiera visto una impensada pero inoportuna relación con las minas de carbón de la Fábrica de Mieres, que había sufrido varias huelgas y cuyo director era el marqués de Villaviciosa, Pedro Pidal. Seguramente no cabe atribuir al artista intenciones críticas, pues además de su talante conservador y de su parentesco con Villaviciosa, del que era primo segundo, Menéndez Pidal había pintado retratos para los Guilhou, dueños de la fábrica, que habían emparentado con aquél.
La obra parece, por el contrario, una crítica al materialismo, bien que a través de una especie de fantasía, que se relaciona en ello con otra pintura suya que representa una escena del cuento de Perrault Caperucita (colección particular, Oviedo). En este sentido, resulta elocuente el contraste entre el estricto realismo en la descripción del antro subterráneo y en las expresiones de los supuestos gnomos, en realidad enanos, y el carácter irreal de lo representado: uno dibuja figuras geométricas, otro lee en un libro ante el fuego de un crisol que aviva un tercero, en la penumbra. A la izquierda, junto a unas toscas escaleras, otro fuego arde bajo una olla de metal. La lechuza es símbolo, aquí irónico, de la sabiduría, pero también de la noche, la fatuidad y el infierno. Menéndez Pidal estaba familiarizado con las representaciones de enanos, tan frecuentes en la pintura barroca madrileña, pues no sólo había realizado copias de las que pintó Velázquez sino que había pintado una obra como El espejo del bufón. En este caso la paleta, más sorda que nunca, no favorece a la pintura, en la que el artista se esfuerza, como suele, en el estudio de luz, aquí enteramente artificial. La composición, muy pintoresca, parece estar por completo fuera de tiempo (Texto extractado de Barón J.: "Luis Menéndez Pidal en el Prado", en Boletín del Museo del Prado. Museo Nacional del Prado, 2004 pp. 76-77).