Salus infirmorum
1896. Óleo sobre lienzo, 80 x 100 cm. Depósito en otra instituciónEsta obra es una de las de mayor calidad de su autor, que encontró en el recogimiento y la sencillez de sus personajes una vía apropiada para plasmar de modo naturalista su sentimiento religioso. La pintó en 1896 del natural, en el interior de la iglesia parroquial de San Miguel de Pajares, cercana a su casa familiar, a la que el artista acudía durante los veranos.
Temas parecidos, con similares composiciones ante el altar, fueron frecuentes en la última década del siglo, que vivió un intenso interés por estos asuntos, reuniendo el motivo religioso con el tratamiento muy naturalista. Es el caso de la obra de Jean-Eugéne Buland, Ante las reliquias (Troyes, Musée des Beaux-Arts) y, en España, de Ex voto (1892, colección particular) y El beso de la reliquia (1893, Bilbao, Museo de Bellas Artes) de Joaquín Sorolla y de La ofrenda (colección particular), obra de José Benlliure ambientada en Italia. Un antecedente iconográfico aún más próximo al Salus infirmorum es el cuadro homónimo que pintó en Roma el sevillano Alfonso Cañaveral (1855-1932). En realidad el asunto se inscribía en una tradición propia del primer romanticismo, cultivada por artistas franceses en Roma, como Léopold Robert y Jean-Victor Schnetz, que unía a la sencillez del sentimiento religioso popular la plasmación fiel de los tipos y atuendos de los campesinos italianos. Pero dentro del espíritu propio del fin de siglo el énfasis en el desvalimiento físico añadía un matiz relacionado con los temas que habían triunfado en la pintura social.
En la obra de Menéndez Pidal, de recogido intimismo, el espíritu de humildad y la fe del campesino que lleva a su hijo en brazos se plasman en su actitud con la cabeza inclinada y en el hecho de que, en señal de respeto, aparece sin sus botas, dejando ver las blancas medias. El estudio de luz artificial (uno de cuyos focos aparece oculto) es muy característico del artista. Buscaba, con este cuidado y contenido efecto naturalista, resaltar en sus justos términos la espiritualidad de la escena. El color, muy medido en su equilibrio entre tonos fríos y cálidos, y la pincelada, suelta y certera, son propios de su mejor momento creativo. Por otra parte, cabe recordar la devoción mariana de Menéndez Pidal, que le llevó a pintar, entre otras obras, una Virgen del Rosario, desaparecida, para el convento de Santo Domingo de Oviedo. Una vez terminada la pintura, y como no se preveía la celebración en 1897 de una nueva Exposición Nacional de Bellas Artes, el artista la destinó a la prestigiosa Exposición Internacional de Múnich, participando finalmente en la Nacional de 1899 en la que obtuvo la 1a medalla.
Barón, Javier, Luis Menéndez Pidal en el Prado. Boletín del Museo del Prado, Madrid, Museo del Prado, 2004, p.69-73