Plato de dulces
Hacia 1845. Óleo sobre lienzo, 38 x 52 cmNo expuesto
El mundo de los dulces, que tan rica y apetitosa variedad posee España, gracias a su historia de múltiples intercambios culturales, no siendo menores los que afectan al ámbito de la cocina, en términos populares y a la gastronomía, en un nivel más especializado y superior, siempre fue objeto de atención por parte de los pintores, amigos de reproducir sus sabrosas especialidades: bollos, rosquillas, hojaldres, chocolates, turrones, pastas, mazapanes, bizcochos, sobados, magdalenas, cocas, melindres, galletas, jaleas, pasteles, tartas y todo ese multiforme campo de deleites sin fin.
Desde la época en que Van der Hamen llevó a cabo sus admirables creaciones de naturaleza inerte, los dulces ocuparon en su ejecutoria, y en las de sus seguidores o imitadores, un considerable espacio, no en vano formaban parte de rituales inveterados vinculados al mundo de las invitaciones en las casas de costumbres refinadas y también en el marco de las gentes, de cierta opulencia o no tan acomodadas, del nivel popular. Quizá hayan constituido el tipo de alimento que se ofrecía más espontáneamente a quienes visitaban los domicilios o acudían a ceremonias de la más variada índole, incluyendo las de carácter funerario.
Aunque Miguel Parra es más conocido por su especialización en el ámbito de las composiciones florales, no desdeñó el bodegón común al uso, reflejando su espíritu doméstico tradicional. Esta obra es precisamente un buen ejemplo de tal dedicación a las distintas tipologías de la naturaleza muerta, aun cuando imponga sus criterios personales para entrar en un campo que tan espléndidos resultados ha tenido en España.
Curiosamente, aquí se observa una especial captación de las formas y de las texturas, mediante una pincelada suelta que, no obstante reproducir cada uno de los protagonistas de la pieza e individualizarlos, denota que el pintor busca conseguir un efecto general más que uno particular, a modo de suma de elementos diversos. No cabe la menor duda de que tanto el plato de cerámica -tal vez de la manufactura de Alcora- como la botella de cristal con el probable vino dulce en su interior y la copa han recibido su correspondiente tratamiento a fin de resaltar sus calidades; análogamente los dulces están bien logrados, así como los envoltorios, pero el artista parece haber atendido más a la transcripción de los brillos al incidir sobre las superficies tan variadas -y azucaradas- de las frutas confitadas o los dulces propiamente dichos.
El conjunto, reproducido con un punto de vista muy alto, resalta sobre una mesa rústica de la que se aprecian tres lados, mientras el fondo neutro parece retroceder. Todo el agrupamiento de motivos refleja un característico ofrecimiento de agasajo, al combinar la bebida y los sólidos, que puede ir desde el denominador común del postre, al final de una comida, hasta la merienda e incluso el convite repentino que obliga a reunir este tipo de golosinas a fin de ser consumidas en una reunión, tal vez inesperada, por causa de un recibimiento en una casa en aras de mantener las buenas costumbres de corrección en el trato humano (Texto extractado de Luna, J. J.: El bodegón español en el Prado. De Van der Hamen a Goya, Museo Nacional del Prado, 2008, p. 146).