Ángela Tegeo
Hacia 1832. Óleo sobre lienzo, 49 x 42 cm. No expuestoEste retrato es una de las piezas más delicadas de la retratística infantil de Tegeo, captado desde el cariño familiar y desde la ternura que una niña de tres años puede inspirar en la atenta retina de su progenitor, especialmente dotado como artista para la captación de la gracia, la fragilidad y el encanto de las figuras infantiles y del entorno que las rodea, particularmente marcado a través de algún fondo sugerente que remite simbólicamente a una vida incipiente o, como en este caso, a través de un objeto cotidiano representativo, habitual e intemporal en el ocio de la niñez femenina. Ángela era la hija primogénita del pintor y de María de la Cruz Benítez Bragaña, retratada individualmente en otro lienzo del Museo del Prado (P004680). Debieron contraer matrimonio hacia 1828 cuando ya Tegeo había regresado de Italia y se había establecido definitivamente en Madrid. En la capital trabó conocimiento con la familia Benítez a través de la realización del retrato familiar de Paula Bragaña y sus hijos, quienes pasados unos años se convertirían en su suegra y sus cuñados. Un foco de luz sabiamente dirigido va subrayando la tersura y la todavía mórbida sensación de sus pálidas carnaciones sobre las que se destaca la luminosidad de los ojos azules que fija ligeramente a la derecha en algún punto de su interés, ladeando el rostro y enseñando uno de los pendientes colgantes de oro y topacios que enmarcan su rala y sedosa cabellera, cuyos bucles dorados van cayendo indisciplinadamente sobre la frente. Ataviada a la moda de principios de los años treinta, lleva un vestido marrón con escote que deja ver parte de sus hombros cubriendo sus brazos unas mangas abullonadas. Ciñe su talle una ancha cintura que deja entrever parte de una gran hebilla dorada. Entre sus manos regordetas, en las que el pintor ha conseguido plasmar acertadamente la sensación de morbidez propia de su tierna edad, lleva una muñeca que enseña de frente al espectador. Curiosamente y de acuerdo a los esquemas femeninos entroncados con la imitación desde la infancia de los roles maternos, la niña no lleva un muñeco-bebé adecuado a su edad sino una auténtica maniquí, de la llamadas lady de biscuit, de careta pintada y cuerpo de madera, ataviada elegantemente con todos los complementos de pies a cabeza que la moda del momento aconsejaba para una adolescente: bailarinas planas, tejidos vaporosos, cintura ceñida, mangas abullonadas y pamela con plumas; todo un modelo de paseo para una muñeca que haría las delicias de la niña y que pudiera ser para ella un modelo de identidad y un sueño de futuro. Al carácter doméstico del retrato debe achacarse la parquedad de elementos decorativos y ambientales con que Tegeo suele complementar habitualmente su retratística, demostrando su maestría, en la utilización de fondos de paisaje muy trabajados, o en la descripción de objetos y enseres personales con sugerencias táctiles de indudable calidad. A esta estética, a caballo entre el clasicismo y el romanticismo, responden obras de excelente factura, también protagonizadas por la infancia, como Niña ante el paisaje (P007619), el retrato de La familia Barrio (P004658), de la colección del Prado, o el retrato infantil de Santos Cuenca jugando con un pajarillo, en colección particular (Texto extractado de Gutiérrez, A. en: El retrato español en el Prado. De Goya a Sorolla, Museo Nacional del Prado, 2007, p. 96).