Bodegón con sandía y acerolas, quesos, pan y vino
1770. Óleo sobre lienzo, 35 x 48 cmSala 088
Luis Meléndez se distinguió como el bodegonista español más importante de fines del siglo XVIII. Para ese entonces, la popularidad del género había declinado en España y no lo cultivaba ninguno de los contemporáneos de Meléndez en la corte. Aun así, Meléndez pintó más de cien bodegones durante su vida, por lo cual concluyen los historiadores de arte que tenía un interés personal en este tema. En realidad, no logró obtener patrocinio real para retratos y pinturas de asunto histórico, de modo que vio en los bodegones un género alterno que podía desarrollar para el mercado general. Felizmente -y como sin duda habría de descubrir el pintor a lo largo de su abundante producción- los bodegones, a pesar de su modesto lugar en la jerarquía de géneros pictóricos, exigían una gran disciplina artística, lo cual era compatible con las metas estéticas de Meléndez, y también le ofrecían la oportunidad de plasmar meditaciones serias sobre la relación entre la percepción visual y el cuerpo humano.
Entre 1759 y 1774, Meléndez pintó 44 bodegones para Carlos, príncipe de Asturias (futuro Carlos IV), muchos de los cuales se encuentran hoy en el Museo Nacional del Prado. Esta obra formó parte de la colección real del Palacio de Aranjuez y fue un regalo del artista a Carlos y su esposa María Luisa de Parma. En 1771, Meléndez recibió el encargo de continuar su serie de bodegones sobre la historia natural de España para el Gabinete de Historia Natural del príncipe. La obra manifiesta los rasgos característicos del acercamiento de Meléndez al género. En él vemos unos pocos objetos colocados sobre una vieja mesa de madera cuyo borde corre paralelo al plano del cuadro. La suculenta sandía que deja caer sus gotas de jugo es el punto focal de la composición. Como en la mayoría de los bodegones de Meléndez, aquí los objetos están pintados en un espacio interior.
La luz cae desde la izquierda, iluminando la sandía recién cortada, rodeada de cuatro acerolas, tres roscas, una hogaza y una copa de vino. El fondo negro provee un fuerte contraste con las roscas y el pan, intensificando su color y su materialidad.
Con una selección relativamente limitada de objetos, Meléndez logró crear una variedad infinita de obras originales. Se trata de una de las solo tres pinturas en que incluyó pedazos de sandía como punto focal; sin embargo, un tipo similar de paño aparece en sus cestas con relativa frecuencia, aunque rara vez como lo presenta aquí, debajo de la sandía. Las peculiares roscas cónicas aparecen en primer plano en Bodegón con roscas, jarra y recipientes, que puede haberse inspirado en esta obra. El plato de cerámica de Talavera, con su típico borde festoneado (llamado popularmente plato de castañuela), se encuentra en varios otros lienzos del artista.
En esta obra Meléndez sigue la tradición del bodegón de principios del siglo XVII, con una representación objetiva de las frutas, el pan y la copa de vino valiéndose del claroscuro (balance de luz y sombra) para crear una imagen naturalista. Excepto en unos pocos toques de luz, la pincelada es casi invisible. Cada objeto está cuidadosamente delineado con líneas de contorno definidas. Meléndez se esmeraba en sus composiciones, cambiando a veces los objetos o sus posiciones para lograr armonía y balance. Esta pintura incluía originalmente castañas y una botella de vino.
El punto de vista bajo y la escala de los objetos dentro del encuadre dan la sensación de que los objetos pintados están al alcance no solo de nuestros ojos sino también de nuestras manos. Los pliegues del paño se proyectan hacia nuestro espacio, un recurso común de los bodegones. Casi oculto en la sombra de la sandía hay un cuchillo, cuya hoja es apenas visible. La sandía parece recién cortada, al punto de que conserva aún su vitalidad romántica. Sobre el paño vemos, junto a la solitaria semilla, una gota de jugo. Meléndez utiliza toda su destreza técnica para convencer al observador de que estos deliciosos alimentos están a su alcance. Al mirar el objeto en la pintura, imaginamos cómo lo sentiríamos en la mano, o incluso en la boca. A través de la visión, podemos imaginarnos saboreando la pulpa dulce y suculenta de la sandía o quizá bebiendo un sorbo del vino (Texto extractado de Lipinski, L. en: Del Greco a Goya. Obras maestras del Museo del Prado, Museo de Arte de Ponce, 2012, p. 82).